“… en la catedral de San Pedro se celebra nuevamente un pomposo espectáculo,
superflua non nocent (lo superfluo no daña) con un ensamble internacional de
prelados incurso en la búsqueda múltiple de «nuevos horizontes», en una «dinámica renovadora», «abierta al mundo», al «pluralismo de opiniones»,
«al diálogo». Todo ello induce a algunos, y no siempre a los más tontos, a
creer que el orbe ha cambiado, que el catolicismo se ha vuelto liberal y la
teología progresista…” (1)
Las palabras de Karlheinz Deschner sirven de marco
al primer aniversario del papa argentino y su gigantesca tarea de gobernar una institución
fosilizada e históricamente corrupta como la Iglesia Católica.
El diagnóstico de la crisis, a marzo de 2013, era
el peor: falta de transparencia y soluciones concretas para el tridente abusos
sexuales/finanzas vaticanas/corrupción institucional; sangría silenciosa de
fieles, que ya no responden al anacrónico poder sagrado del clero; pérdida de
autoridad de las sotanas como consecuencia de sus fechorías; violación de
derechos humanos en el seno de la institución; doctrina religiosa convertida en
ideología como consecuencia de los enormes cambios políticos, sociales, y
culturales traídos por la posmodernidad.
El vocero del papa ratificó aquel diagnóstico días
pasados aunque dentro de un “clima negativo” en torno a la Iglesia, como si las
causas de la crisis hubieran sido externas a la institución.
La crítica situación, llevó al hoy papa emérito a
presentar su renuncia en un hecho histórico. Renuncia que no pocos sectores de
católicos, en su tradicional esquizofrenia espiritual, vieron como un acto heroico.
Y ahí apareció Jorge Bergoglio, primer jesuita en continuar la histórica falacia
de la “sucesión” del pescador judío Pedro. También, primer latinoamericano en llegar a la monarquía
teocrática católica.
El aniversario permite hacer un breve análisis de su
gestión, desde el objetivo primordial, es decir, el cambio radical de imagen
institucional y papal; pasando por las reformas propuestas, con sus primeros resultados;
hasta el futuro incierto de la multinacional religiosa condicionado por el
modelo de institución que se seguirá.
La imagen en
primer lugar: demagogia, estulticia y humanismo papal fingido
Apenas comenzó su gestión, advertimos que el cambio
de imagen de la institución y del propio rol de papa iba a ser el objetivo
número uno. Para ello, utilizó la demagogia, y atizó la crónica idolatría de
las masas católicas (2).
Como respuesta, el rebaño le devolvió no pocos
actos de estulticia como dedicarle un sabor de helado; una estatua de
chocolate; un grafiti con la figura del papa como superhéroe; una foto “selfie” con jóvenes católicos, entre
muchos otros.
También personalidades de diversos ámbitos se
mostraron encantadas con el nuevo pontífice, entre ellas, las que integran el
lamentable y genuflexo sector dirigencial argentino, preocupadísimos en obtener
“su” foto, y legitimar sus mandatos democráticos con un líder religioso
antidemocrático.
La genética idolátrica católica volvió a florecer,
y como hacía mucho tiempo no se veía. Pero hubo más: el encandilamiento llegó hasta
el presidente norteamericano y la revista Time, que lo eligió “hombre del año”.
Se ha dado a conocer, también, que Francisco integra la lista de candidatos a
recibir el premio nobel de la paz.
Aquellos primeros hechos arrojaron, aparentemente, resultados
muy buenos: cambio de imagen institucional, del rol del papa, y “primavera”
católica para los más optimistas. El vocero papal los confirmó, aunque enfocado
en el mensaje: “El corazón de este nuevo lenguaje es el anuncio del amor de
Dios para todos, el tema de la misericordia y del perdón para todos. Mientras
antes en los medios estaba difundido el prejuicio según el cual la Iglesia
decía siempre "no", y no era cercana a la gente” (3).
Sin embargo, los resultados sólo traslucen indicadores
del espíritu religioso de nuestro tiempo, que reflejan una religiosidad que se caracteriza por un marcado sentimentalismo,
sensiblería y credulidad. Religiosidad de la “degustación”, como diría José
María Mardones, o lo que es lo mismo, “quedarse a mitad de camino entre
sentirse bien y los buenos sentimientos”.
Asimismo, y
dentro de los distintos tipos de “catolicismos”, según Juan Cruz Esquivel, prevalencia
de la religiosidad delegativa, con fieles que buscan que sus líderes religiosos
los traten bien y “los hagan felices cuando ellos deciden participar”.
Finalmente,
lo que Lipovetsky considera como “nueva estrategia que desbanca la primacía de
las relaciones de producción en beneficio de una apoteosis de las relaciones de
seducción” (4). Y Francisco no es la excepción. En un mercado religioso cada
vez más competitivo, con un “producto” anticuado y en decadencia, el
catolicismo romano ha salido a seducir clientes, fundamentalmente, a los que se
fueron.
Esos primeros pasos han sido sólo una pincelada
para blanquear el sepulcro que, por ahora, alcanza para “fascinar a los
embobados”, en palabras de Deschner. Lamentablemente para los optimistas, el
engatusamiento papal no tendrá un efecto duradero sencillamente porque el
núcleo del poder clerical y el corpus doctrinal/ideológico no sufrirán los
cambios necesarios para acercarse al “ethos”
cristiano, precisamente, lo que no cree la mayoría de católicos, sean laicos o
curas.
Los
dos ejes de las reformas de Francisco: iniciar procesos y disimular la doctrina
Dejando de lado la religiosidad epidérmica, que en
el catolicismo alcanza niveles altos, Francisco puso manos a la obra para
introducir reformas en la institución que preside.
Dos son los ejes por donde transita su espíritu
reformador. El primero, es un elemento común en las diversas gestiones que ha
encabezado, sea como cura u obispo, y que un discípulo suyo formuló así: “más
que procurar resultados inmediatos, hay que generar procesos” (5). Teniendo en
cuenta ese dato, se pueden mencionar los procesos de reforma más relevantes motorizados
por Bergoglio:
-
Modificaciones en el Instituto para las Obras de Religión (IOR): vulgarmente
llamado “Banco del Vaticano”, nombró una comisión encargada de hacer los
cambios para transparentarlo y que se adapte a las normas financieras de la
Comunidad Económica Europea, abandonando su histórico rol de paraíso fiscal y
blanqueador de dinero de la mafia.
Asimismo nombró al gran encubridor de pedófilos de
Australia, cardenal George Pell, como responsable de la Secretaría de Economía,
nuevo organismo burocrático de la estructura vaticana, integrado por 15
consejeros, de los cuales 8 son prelados y 7 son laicos. Los verdaderos
resultados en este campo se verán a largo plazo, si es que se hacen públicos.
Por ahora, sólo se saca a la luz (y a cuentagotas), la monumental corrupción
financiera que un año atrás engrosaba el rubro “ataques a la iglesia”.
-
La plaga de abusadores sexuales: comunicó que continuaría con la política de
“tolerancia cero” contra el clero abusador sexual. Sin embargo, ya advertimos (6)
que la promocionada tolerancia es falsa y que el aguantadero de pedófilos con
sotana no desaparecerá si no hay una profunda reforma en el Código de Derecho
Canónico y la derogación de los instrumentos que aún permiten el encubrimiento
de los delincuentes, por ejemplo, el “secreto pontificio”, actualmente vigente.
De modo que por más que publiciten su intolerancia hacia los abusadores, el
problema seguirá (y sigue), intacto. En el informe de la Comisión de la ONU encargada
de monitorear el cumplimiento de la Declaración de los Derechos del Niño,
figura esta advertencia capital.
-
Reforma de la Curia: nombró un grupo de ocho cardenales que tienen la
misión de elevar las propuestas para reformar el gobierno de la Iglesia.
Fusionar Dicasterios y Congregaciones, darles mayor participación a los laicos
en la gestión de aquellos, son algunas novedades. Sin embargo, cualquier
modificación en la estructura que no vaya acompañada por un cambio en el
ejercicio del poder clerical, reduciéndolo a su mínima expresión, significará
mero continuismo. Seguirá el clero decidiendo unilateralmente cómo se gobierna
la institución y qué debe pensarse.
-
Posible apertura a una mayor participación de las mujeres en la estructura
institucional: dejó entrever que habrían mujeres al frente de organismos vaticanos. No
obstante, que se nombre a una mujer (o muchas), no significa garantía alguna que
puedan gestionar con autonomía de criterio. Mucho menos que el rol de las
mujeres se ajuste a los nuevos paradigmas de género. De nombrar mujeres, serán
“del palo” clerical.
-
Sínodo extraordinario sobre la familia: fijado para octubre de 2014, es
el único punto de la doctrina católica que ha merecido particular atención para
ser debatido a corto plazo, debido a que la sangría de fieles se debe,
principalmente, a la crisis de la familia (según la versión ideologizada que el
clero tiene de ella). Para su preparación, se envió con carácter consultivo a
los obispados esparcidos por el mundo, un cuestionario de 38 preguntas
referidas al estado actual de la institución familiar, auténtica muestra del
anacronismo, cursilería, y alejamiento del pensamiento de los obispos católicos
en la materia.
Dentro de la temática familiar se encuentra el
fenómeno de los católicos divorciados y vueltos a casar, “piedra en el zapato”
que merecería un artículo aparte. Digamos solamente que tanto en este tema como
en el de la familia será el estamento clerical el que en definitiva decidirá
los eventuales cambios. El rebaño no cuenta.
Los procesos de cambios iniciados, ni siquiera
rozan la quintaesencia del poder clerical. Se deja incólume tanto el “poder
sagrado”, que se proyecta en los “tria
munera” (facultades de enseñar,
santificar y regir), y el poder de gobernar la institución. Ese núcleo de poder
es intocable, y el laicado, aunque sea llamado a colaborar, será mantenido en
la sumisión, sin capacidad de tomar decisiones institucionales de modo autónomo,
mucho menos de disentir públicamente con el pensamiento único, por cuanto eso
conllevaría una actitud contraria a la unidad, primer deber que tiene todo católico
según el canon 209 del Código Canónico.
Para justificar el mantenimiento del poder por
parte del clero, seguirá vigente la antigua concepción que lo entiende,
cínicamente, como un servicio; noción anticristiana por donde se la mire. Decía
el teólogo belga José Comblin: “Es evidente que esta identificación entre poder
y servicio no viene del Nuevo Testamento. Ella procede de la ideología
imperial. En esta ideología, todo poder es positivo porque todo poder es
servicio a la sociedad. “Dominar para servir”, es la definición de todos los
colonialismos, hasta en la guerra de Irak que es el mayor servicio prestado el
pueblo irakiano [sic]” (7).
Lo expuesto nos permite decir que los procesos de
reforma iniciados por Jorge Bergoglio se reducen, unos, a transformar
organismos corruptos (IOR), y el resto, a pobres migajas que el estamento
clerical arroja a los sectores laicos para que aplaudan como focas. No hay en
este aspecto un mínimo atisbo de cristianismo y sí de clericalismo en estado
puro, aunque disfrazado de “apertura”.
El segundo eje por el que transitan los cambios lo
advertimos meses pasados. Es tan importante el cambio de imagen institucional que
se ha puesto bajo un paraguas la doctrina totalitaria y los dogmas. Los
apologistas de Francisco lo dicen así: “… dejar atrás un extendido espíritu
inquisitorial, culposo, triste y reglamentarista (léase un catálogo de
prohibiciones) del catolicismo, macerado durante siglos, para colocar en el
centro la esencia del Evangelio: el amor, y así privilegiar la cercanía a la
gente y la comprensión” […] “Y
haciendo, en fin, que la Iglesia sea una acogedora casa de todos. Pero para
ello no traiciona las creencias y preceptos, sino que cambia el orden de
prelación: Primero el Evangelio, después la doctrina y, finalmente, las normas
morales. Y todo sin juzgar, sino buscando comprender y perdonar” […] "No podemos seguir insistiendo sólo en
cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de
anticonceptivos. Es imposible". "Ya conocemos la opinión de la
Iglesia (…) y no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar" (8).
Esto explica que el papa no condene a ningún
homosexual, pero su catecismo los trate de anormales; que declare que las
mujeres deben participar más en la vida de la Iglesia, pero su Biblia esté
impregnada del pensamiento misógino de Pablo de Tarso, y en la encíclica Evangelii
Gaudium sostenga que el sacerdocio reservado a los varones “no se pone en
discusión” (N° 104); que en apariencia se abstenga de machacar contra el aborto,
pero cada vez que pueda haga declaraciones en ese sentido.
Digámoslo con otras palabras: se hace creer a los
embobados que a partir de Francisco la Iglesia Católica “está cerca” de la
gente, que es “humana”, que “no condena a nadie”, que es “misericordiosa”, que
“perdona”, que hace “corresponsables” a los laicos. Pero miserable e
hipócritamente se esconde la doctrina, dogmas y normas jurídicas, todas más
vigentes que nunca (porque "ya conocemos la opinión de la
Iglesia (…) y no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”). Una jaula para crédulos, ingenuos y
cándidos, cuyos barrotes han sido barnizados, una vez más, por quienes no
quieren perder prebendas ni privilegios. Son los que, en terminología del galileo, se
conocen como “lobos con piel de cordero” (Mt. 7,15), pero en pleno siglo XXI.
Los dos ejes del pensamiento reformista de
Francisco no pasan el test de cristianismo básico porque no hay en ellos notas
esenciales de democratización de sus estructuras, ni igualdad plena de varones
y mujeres, ni respeto a derechos humanos elementales; tampoco la eliminación de
los privilegios del clero. Todo lo contrario, bajo el disfraz de humanidad y
misericordia se esconde el “huevo de la serpiente”.
Modelo
institucional: sin cristianismo a la vista
Los cambios iniciados por el papa también tienen
que ver con el modelo de institución que pretende dirigir. E aquí otro
obstáculo. De seguir transitando los procesos por los dos ejes mencionados
acentuará la crisis irreversible de la institución, y muy lejos del
cristianismo.
Como sostiene Pablo Richard, “crisis “irreversible”
significa una crisis que ya no puede ser resuelta con reformas parciales o con
cambios puramente teológicos o de lenguaje. Una crisis irreversible es una
crisis final. No hay marcha atrás, su perfeccionamiento solo consigue acelerar
su muerte” (9).
El biblista considera que “la iglesia” es sólo un
concepto teológico que no existe en la realidad, lo que existe históricamente
son modelos, tendencias o maneras diferentes de ser iglesia, y distingue
provisoriamente una manera conservadora (la de Juan Pablo II y Benedicto XVI),
y otra “liberadora”. ¿Cuál será la de Francisco? Por ahora, sigue en sus
grandes líneas la de los dos pontífices que le precedieron, contrarios a la
esencia del movimiento del laico y no católico Jesús de galilea, con los
cambios mencionados.
Cambios donde el ejercicio del poder sigue siendo
clave a la hora de calificar las reformas. Sea en el funcionamiento interior de
la institución, o en su actividad pública, “el problema entre todos los
problemas, y que está en la base de todos, es la necesidad de evangelizar sin
poder, a partir de una relación de igualdad: un ser humano con otro ser humano,
como modo de relación entre personas iguales y no en una relación de superior a
inferior” (10). Relación de igualdad que, como esencia del cristianismo,
precisamente, no aparece en el horizonte de las reformas del papa argentino.
Paradójicamente, y como sostiene el prologuista de
la obra de Deschner, citándolo, “no es posible la reforma de la Iglesia.
Cualquier reforma, enfatiza, exigiría volver al cristianismo inicial y se
convertiría por ello mismo en una revolución que destruiría la Iglesia actual”
(11).
Notas
(1) Deschner Karlheinz, Opus Diaboli, 1987, Yalde, Zaragoza, p. 17.
(2)
www.gacetamercantil.com/notas/.../el-espíritu-tartufo-iglesia-francisco.ht...
(3) www.zenit.org/es
(4) Lipovetsky,
Gilles, La era del vacío, 2011, Anagrama, Barcelona, p. 17.
(5) “Hay sectores de la Iglesia que se sienten
amenazados por el papa Francisco”, en
www.clarin.com/.../sectores-Iglesia-sienten-amenazados-Francisco_0_10...
(6) www.gacetamercantil.com/notas/46546/
(7) Comblin, José, “Sobre el poder en la Iglesia”,
en www.sintapujos.org/.../sobre-el-poder-en-la-iglesia-por-jose-comblin-in-memo...
(8) Rubín, Sergio, “El
mensaje del Papa Francisco provoca una revolución cultural”, en
www.clarin.com/.../mensaje-Papa-provoca-revolucion-cultural_0_99770...
(9) Richard, Pablo, Crisis irreversible en la
Iglesia Católica, en www.2001.atrio.org/d050504RICHARD.htm
(10) Comblin, José, Las grandes incertidumbres en
la iglesia actual, en www.redescristianas.net/.../las-grandes-incertidumbres-en-la-iglesia-actual-j...
(11) Op. cit. p. 15.