Los
recientes femicidios de dos jóvenes mendocinas han vuelto a traer al debate
público un flagelo social que parece no tener fin. Un sinnúmero de análisis,
opiniones y declaraciones en diversos escenarios y foros claman por ponerle un
punto final. Sobre todo, se enfatiza en el necesario cambio cultural que la
sociedad en general, y los varones en particular, debemos llevar a cabo.
Ahora
bien, el cambio cultural implica analizar los distintos componentes que
alimentan el flagelo y entre ellos nos encontramos con el religioso.
Sostener
que las religiones son la causa de los femicidios sería injusto y convertiría
el análisis en mero reduccionismo. Por el contrario, ante la muerte, muchas
veces la religión es un bálsamo no sólo espiritual sino psicológico que permite
a los deudos encontrar un legítimo consuelo.
Sin
embargo, la religión como hecho cultural no debería pasar desapercibida como
usina generadora del sistema patriarcal y su hijo dilecto, el machismo, con una
cuota no menor de responsabilidad en la violencia que las mujeres padecen
diariamente en cualquier parte del planeta. Alcanza con acercarse a los
sistemas doctrinarios y jurídicos de los tres monoteísmos históricos –
cristianismo, judaísmo e islam – para comprobarlo.
Si
enfocamos en el primero, siglos de existencia del sistema denominado civilización occidental y cristiana han
permitido la imposición de una cosmovisión donde la imagen y el papel atribuido
a las mujeres no ha sido el más favorecido, en especial, por el fenomenal
bagaje de violencia simbólica que contiene.
En
palabras del teólogo José María Castillo, la religión como hecho cultural
comprende ritos, liturgias, templos, música, atuendos, símbolos, procesiones,
pero también un componente doctrinario e ideológico que, en el caso del
catolicismo romano, religión totalitaria e impuesta en nuestro continente, es
también dogmático y clericalizado.
Aquel
componente doctrinario podría ser – como veremos a continuación - la pata religiosa de la cultura que sirve
de caldo de cultivo a los femicidios.
1. Las escrituras
“sagradas”: un compendio de violencia contra las mujeres
Dice
el Catecismo católico (N° 95): «La santa
Tradición, la sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan
prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir
sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único
Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (1).
En
primer lugar, el prudente plan de Dios
lo encontramos en la biblia, conjunto de libros que no trata muy bien que
digamos a las mujeres, sobre todo, en el Antiguo Testamento. Fue Pepe Rodríguez
quien sistematizó la cantidad de versículos donde campea a sus anchas la violencia
contra ellas. En total destacó 96 versículos entre violaciones (11), tratar a las
concubinas como objetos sexuales (39), las mujeres como botín (19), prostituidas
(9), como también asesinatos masivos de mujeres (18) (2).
Antiguo
Testamento que sigue vigente, conforme la Constitución dogmática Dei verbum, sobre la divina revelación,
que dice en su N° 14: “La economía, pues,
de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los autores sagrados, se
conserva como verdadera palabra de Dios en los libros del Antiguo Testamento;
por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne:
"Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza, fue escrito, a fin
de que por la paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes
en la esperanza" (Rom. 15,4)” (3).
Texto
actual se haga una lectura literal o por géneros literarios. Da igual. La
violencia contra las mujeres, que el cristianismo versión católico-romana consagra
en la primera parte de la biblia, es sagrada.
Mientras
que en el Nuevo Testamento aparece el estereotipo de la virgen, una valquiria
plagiada de otras religiones orientales, donde según el autor precedente, nacer
de una virgen fertilizada por Dios era un mito pagano muy corriente en el mundo
antiguo anterior a Jesús.
Si
la biblia católica – manipulada a más no poder por el alto clero - les impuso a
las mujeres el estereotipo de virgen (también madre), sus teólogos le sumaron
el de la puta, la bruja, la santa y la tonta, según sostiene Guy Bechtel. Y
siempre como consecuencia de su debilidad
e inferioridad original.
Resulta
una obviedad decir que en la teología oficial, elaborada por el clero machista
y patriarcal, el conjunto de mujeres cristianas con autonomía intelectual y
moral, o admitidas con trato igualitario por el Galileo, están bien olvidadas en
sus archivos.
2. Religiones e igualdad de
derechos de las mujeres: una quimera
Si
es grave que en nuestra cultura se sigan admitiendo los patrones estereotipados
de las religiones que alimentan la violencia contra nuestras compañeras en la
vida, mucho peor aún es lo que sucede en materia de derechos, avalado por los
sistemas jurídicos religiosos. Con observar lo que sucede en el islam alcanza y
sobra.
Pero
el catolicismo romano no la va en zaga. Hay que tomar aliento para leer el
esperpento normativo llamado Código de
Derecho Canónico, usina jurídica que convalida el trato discriminatorio de
las mujeres por el hecho de serlo, en especial, en materia de acceso a puestos
de dirección y sacerdocio.
Fue
el teólogo Juan José Tamayo quien sintetizó el papel de las mujeres en la
religión católica: “No son consideradas sujetos morales, porque la doctrina moral la elaboran varones conforme a unos
principios patriarcales. No son sujetos
teológicos porque la doctrina teológica también la elaboran varones, a
partir de una Congregación para la Doctrina de la Fe que impone una autoridad
que no necesariamente es la que mejor responde al espíritu originario del
cristianismo. No son sujetos religiosos
ya que no pueden acceder a la esfera de lo sagrado si no es través de la
mediación de los varones (sacerdotes, obispos, papa…). No son sujetos eclesiales ya que no pueden ejercer funciones
directivas, ni asumir puestos de responsabilidad en la comunidad cristiana”
(4).
Con
aquella impronta, el catolicismo sale a la esfera pública a impregnar la
cultura, y como es obvio, utiliza su brazo secular - que actúa infiltrado o no
en los órganos de los estados - para negar derechos, juzgar conforme sus
estereotipos, o gobernar anteponiendo los intereses del clero al de la
sociedad.
No
es de extrañar que aquellos cuadros que gestionan la cosa pública fácilmente
violen la ley 26.485 - de protección integral para prevenir, sancionar y
erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus
relaciones interpersonales-, ya sea fomentando la violencia psicológica o
simbólica, o avalando las modalidades de violencia institucional, laboral, contra
la libertad reproductiva u obstétrica.
3. ¿Podrá cambiar la
religión?
Las
religiones no son la causa de los femicidios, pero el componente
cultural-religioso que los fomenta es indudable. ¿Qué aportes podrían hacer?
¿Alcanza con encender una vela, un responso, o hacer declaraciones dirigidas a
los sentimientos? Estos gestos sólo alcanzan para acompañar solidariamente y
respetar el dolor de los familiares, lo que no es poco, pero no suficiente.
Cambiar
la cultura que sirve de caldo de cultivo a los femicidios también exige un
cambio en las religiones, en su organización, funcionamiento, pero sobre todo,
en su componente doctrinario. Máxime cuando utilizan al estado y a la educación
para bombardear a la sociedad con tradiciones y costumbres de ese cuño y con
pretensiones de naturalizarlas. De ahí la responsabilidad que tienen los credos
en eliminar de raíz todos aquellos aspectos de sus propios idearios que
impliquen violencia contra las mujeres.
¿Se
animarán a hacer sus cambios internos para no seguir insuflando la cultura
patriarcal y machista, causa primera de los femicidios?
¿Querrán
hacerlo?
Notas
(1)
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p1s1c2a2_sp.html#I La tradición
apostólica
(2)
Rodríguez, Pepe, Mentiras fundamentales de la
iglesia católica, ediciones B, Barcelona, 2011, p. 85.
(3)
www.vatican.va/.../hist.../vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html
(4)
Tamayo, Juan José, Otra teología es necesaria, en
http://www.atrio.org/author/juan-jose-tamayo/