domingo, 24 de noviembre de 2013

LA REPÚBLICA, PRISIONERA DE LA IGLESIA CATÓLICA

“La religión lo emponzoña todo, incluida nuestra facultad de discernimiento” (1)

La frase de Christopher Hitchens ha recobrado vigencia desde el momento en que el proyecto de reforma del Código Civil y su unificación con el de Comercio está sufriendo los ataques de la Conferencia Episcopal Argentina que, fiel a su historia antidemocrática, contraria a la república y a las libertades laicas, pretende impedir que en el nuevo cuerpo legal se tutelen derechos que tienen que ver con la realidad social argentina, plural y diversa, la misma que convirtió en caduca y retrógrada su ideología.
Nuevamente los obispos católicos se arrogan facultades que ningún habitante de la Nación les otorgó. Nuevamente, ratifican su histórico comportamiento de entrometerse en asuntos de un estado aconfesional como el argentino, contradiciendo lo que ellos a su vez le piden: que no interfiera en cuestiones eclesiásticas, justificado en el principio de autonomía de las instituciones religiosas.

Ciudadanos y ciudadanas deben soportar, otra vez, que representantes de una corporación religiosa digiten normas emanadas de un órgano constitucional, coarten la libertad de elección y decisión de los habitantes, e impongan sus dogmas y doctrinas obsoletas en leyes laicas.
El vergonzoso lobby eclesiástico llevado a cabo no sólo por los prebostes clericales, también por sus huestes autoritarias, exige recordar - una vez más - cuestiones fundamentales que sustentan nuestra sociedad laica y que cierto sector de dirigentes políticos, como los propios obispos, parecen olvidar.

1. La situación jurídica de la Iglesia Católica en nuestro país: sistema de privilegios e institucionalidad parasitaria
Mucho se ha escrito y debatido respecto al estatus que la institución religiosa ocupa en nuestro ordenamiento jurídico: que el catolicismo es la religión oficial; que hay un sustrato axiológico católico en la Constitución Nacional; que existe una “unión moral” entre Estado e iglesia.

Los indicadores normativos dicen otra cosa más allá de sus interpretaciones, a saber:
a) En la Argentina no hay religión oficial ni de Estado. A diferencia de las constituciones de 1819 y 1826 que consagraban al catolicismo como religión oficial y disponían la protección de la iglesia por parte del Estado, el actual art. 2 de la Constitución Nacional sólo declara la obligación de sostenimiento que, conforme interpretación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y de la propia iglesia en el “Plan Compartir”, es de carácter económico.

b) Si bien no hay religión oficial que obligue al Estado a legislar conforme los dogmas católicos, sí existe un infame sistema de privilegios a favor de la Iglesia Católica que se asienta en cuatro pilares: el mencionado artículo 2 de la C.N.; el artículo 33 del Código Civil; el Concordato firmado entre Argentina y la Santa Sede en 1966 (que posibilita la creación de un enclave jurídico católico dentro del ordenamiento jurídico nacional, lesionando la supremacía constitucional); y el conjunto de “leyes” con que la última dictadura militar benefició a la iglesia, sobresaliendo, la que dispone que los argentinos y argentinas paguemos, a través de partidas presupuestarias, una “asignación” a cada uno de los obispos católicos.
En 30 años de democracia la sociedad argentina aún no puede poner en su lugar a la institución más antidemocrática del planeta, la que cada vez que tuvo oportunidad pisoteó la Constitución Nacional, prefiriendo las dictaduras a las democracias. Tampoco ha podido  plasmar la igualdad religiosa institucional, entendida como el similar trato que el estado debería deparar a todos las entidades religiosas que residen en su territorio.

2. La Iglesia Católica en el Código Civil: un estado dentro de otro estado
El antiguo artículo 33, que enumera a las personas jurídicas públicas, incluye a la Iglesia Católica junto al Estado nacional, las provincias, los municipios y las entidades autárquicas.

En su redacción original el Código no contemplaba a la iglesia como una persona jurídica pública ya que el codificador no distinguió entre estas y las privadas.  Fue en el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía donde a través de la ley 17.711 se introdujo la referida distinción.
El punto es que, en el actual proyecto de reforma, la Iglesia Católica continúa como persona jurídica pública no estatal. El nuevo artículo lleva el número 146 y contra él la Conferencia Episcopal Argentina no ha emitido la más mínima opinión, obviamente, porque satisface sus intereses políticos y económicos.

¿Por qué no tiene que figurar la institución religiosa en el Código Civil? Por la sencilla razón que no le son aplicables los caracteres que tienen las personas jurídicas públicas, entre ellos:
a) Son entes creados por toda la sociedad, que permiten que esta se organice jurídicamente mediante un acto constituyente, por ejemplo, el Estado o las provincias.

b) Tienen al interés público como fin primordial, están destinadas a  satisfacer intereses generales de la sociedad.
c) Poseen potestad de imperio, entendida como un poder ordenador coactivo, que si bien se observan en personas jurídicas de carácter privado, en el caso de la iglesia sólo es aplicable a sus miembros.

Como se habrá observado, la Iglesia Católica no ha sido creada por el pueblo argentino, no satisface el interés general (la oposición que hacen los obispos a la reforma del Código así lo demuestra) sino el de los católicos practicantes, y sólo puede ejercer poder sobre sus integrantes.
3. Razones que nutren los privilegios: perimidas e insostenibles desde lo epistemológico

Los sectores que justifican la situación de privilegio del catolicismo en nuestro país se apoyan en una serie de argumentos, que sintéticamente son los siguientes:
a) La mayoría de población católica existente en el país desde tiempos pretéritos (factor sociológico).

b) La actuación y participación del catolicismo en los momentos fundantes de la Nación (factor histórico).
c) Los antecedentes legislativos del pueblo argentino (factor normativo).

d) Las tradiciones y costumbres de la sociedad (factor consuetudinario).
e) La valoración que se hace del catolicismo como religión “verdadera” (factor ideológico).

f) El vínculo político entre los diversos gobiernos y la jerarquía eclesiástica (factor político).
g) Los aportes a la cultura y moral del catolicismo (factores cultural y moral).

Esa es la línea de pensamiento defendida por la Conferencia Episcopal Argentina al hacer un examen crítico del proyecto de reforma: “El Código Civil por su carácter estable y modélico, al definir obligaciones y derechos de las personas e instituciones no es algo neutro, sino que a través de él se expresan doctrinas o corrientes de pensamiento que van a incidir en la vida de los argentinos. Junto a las necesarias actualizaciones que la reforma busca realizar, creemos que el nuevo Código debe tener en cuenta la riqueza de nuestras tradiciones jurídicas y constitucionales, como los principios y valores que hacen a nuestra vida e identidad” (2)
Sin embargo, y a pesar que los sectores clericales pretenden “naturalizarlos”, ninguno de ellos resiste el menor análisis epistemológico por la imposibilidad de sostener la existencia de conceptos y factores “naturales”, inmutables, no revisables críticamente. Todos ellos han sufrido cambios y modificaciones como consecuencia de los procesos históricos, políticos y sociales que atravesó el país.

La lectura del documento no deja dudas respecto a las “doctrinas o corrientes de pensamiento que van a incidir en la vida de los argentinos”. De aprobarse el proyecto con las reformas “pedidas” por la iglesia, será la ideología católica la que se imponga y el modelo social de la última dictadura militar, avalado por ella, seguirá vigente.
4. Las mentiras tienen patas cortas… y se visten con sotana

En 2012 el “partido clerical” elaboró declaraciones y documentos para oponerse al proyecto de reforma, sobre todo, en materia de familia, institución de la que se autoproclama propietaria exclusiva.
Con el empalagoso y cursi tono paternal de siempre, sostuvieron los obispos: “La Iglesia, que es parte integrante de la sociedad, siente la obligación moral de hacer oír su voz. Somos portadores de una herencia y responsables de hacernos eco de las voces de millones de hermanos que a diario nos confían sus preocupaciones, alegrías, dificultades y esperanzas. La Iglesia Católica siente que tiene el derecho y el deber de hacer conocer a toda la sociedad su pensamiento en estas delicadas materias, proponiéndolo a través de una argumentación razonada y fundada” (3)

Ya se conoce la “herencia” que trajo bajo el brazo la Iglesia Católica, no hace falta recordar siglos de sangre, genocidios e ideología autoritaria. Ya se sabe que los obispos sólo son “eco” de un sector minoritario de creyentes, en especial, del integrismo del que forman parte, circunstancia comprobada por las últimas investigaciones sociológicas y la propia realidad del país.
Pero lo que representa una alevosa mentira es sostener que vienen a “proponer” reformas al proyecto. Los últimos hechos acaecidos en el parlamento argentino, donde expresamente enviaron a sus émulos a cambiar normas proyectadas, demuestran todo lo contrario. Ahí volaron las caretas, y se mostraron tal cual son: portadores de un mensaje totalitario que no duda en pisotear los valores republicanos y laicos, que debe ser impuesto a través de las leyes civiles.

La mentira e hipocresía quedan más expuestas cuando se compara aquél mensaje con lo dispuesto en la Declaración Dignitatis Humanae - sobre la libertad religiosa - del Concilio Vaticano II: “… la autoridad civil debe proveer a que la igualdad jurídica de los ciudadanos, la cual pertenece al bien común de la sociedad, jamás, ni abierta ni ocultamente, sea lesionada por motivos religiosos ni que se establezca entre ellos ninguna discriminación” (4)
5. La cuestión política: legisladores con amnesia, chauvinismo  por Francisco, república prisionera del clericalismo

Los hechos sucedidos en el Congreso de la Nación demuestran que la Argentina sigue prisionera de la institución más antidemocrática del planeta, y que los intereses del papa católico están sobre los de los ciudadanos argentinos, creyentes o no.
Contribuyen en esta calamidad un sector de la dirigencia política que, anteponiendo su religión a los actos que deben llevar a cabo en beneficio de todos, actúan como “mini curas”, y olvidan que la legitimidad que poseen se las otorgó no el papa ni los obispos católicos sino el pueblo mediante el ejercicio de su soberanía.

La grave lesión al principio de representación y soberanía del país es alimentada por la designación del cardenal Bergoglio como papa. El hecho produjo que buena parte de la dirigencia política del país mostrara un infantil chauvinismo y desfilara por el Vaticano a obtener “su” foto con el monarca teocrático.
Ante ese panorama, surge con más fuerza la gran asignatura pendiente en nuestro país: la laicidad como objetivo social e inclusivo que permita la emancipación del estado de las organizaciones religiosas, cuestión que la dirigencia decididamente no entiende, y si la entiende, mira para otro lado.

Como sostienen los especialistas “… en la visión de Estado que la clase política proyecta, la laicidad no es un ingrediente constitutivo. La baja receptividad del ideario del Estado laico es la contracara de la “naturalización” de la presencia pública de la Iglesia Católica y de su ascendencia en materia de educación y planificación familiar y sexual. Así las cosas, el proceso de laicización estatal no ha acompañado necesariamente el recorrido de la secularización societal” (5)
Si es real lo que sostiene Hitchens en cuanto que “La religión lo emponzoña todo…”, serán las libertades laicas, el pluralismo ético, y la autonomía de las mujeres y varones, los antídotos imprescindibles para contrarrestar el daño y los efectos nocivos que los obispos católicos siguen produciéndole al país.

La sociedad argentina hace tiempo dejó de hacer la genuflexión, dando muestras que se puede vivir con mayor libertad, prescindiendo de dogmas y del veneno religioso. Quienes aún no se enteraron son sus representantes en el Congreso de la Nación, principales responsables de sacar al país de la jaula religiosa cuyos barrotes oxidados son barnizados una y otra vez, como diría Almafuerte, por los “rufianes del dolor eterno”. 

Carlos Lombardi, Profesor de Derecho Constitucional (FD-UNCuyo).

Notas
(1) Hitchens, Christopher, dios no es bueno, Buenos Aires, Debate, 2008, p. 37.

(2) C.E.A., "Reflexiones y aportes sobre algunos temas vinculados a la reforma del Código Civil", pto. 2, en www.aica.org/1411-reflexiones-aportes-sobre-algunos-temas-vinculados...
(3) Op. cit. pto. 5.

(4) Declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa, pto. N° 6, en www.vatican.va/.../ii.../vat-ii_decl_19651207_dignitatis-humanae_sp.ht...
(5) Esquivel Juan Cruz, Setton Damián, Vezzosi José, Atlas de las creencias religiosas en la Argentina / dirigido por Fortunato Mallimaci, Buenos Aires, Biblos, 2013, p. 179.

 

EL ESPÍRITU DE TARTUFO EN LA IGLESIA DE FRANCISCO

Desde que fue electo, el papa argentino es noticia por sus “revolucionarias” declaraciones sobre diversos aspectos que atañen a la sociedad secularizada y, sobre todo, a la institución que dirige. Proyectos de reformas en la estructura vaticana, cambios en su entidad financiera y supuesta apertura en el pensamiento, es lo que destacan los medios de comunicación. Sus apologistas hablan de “revolución cultural”. 

La cuasi implosión de la iglesia católica fue causa no sólo de un hecho histórico (la renuncia de Benedicto XVI porque “no le daban las fuerzas”), sino que impulsó de inmediato un objetivo liminar de dicha corporación religiosa: “proteger a como dé lugar la imagen pública de la institución”, en palabras de Jorge Erdely. Dicho en el lenguaje del periodismo confesional: “sacar a la iglesia del ojo de la tormenta”. Cambio de imagen.
La acérrima defensa de la institución, cuya milenaria existencia el clero la explica mediante un mito devenido en dogma, trae a la memoria lo que Pierre Bourdieu denominó “capital simbólico”, y que Elio Masferrer formula así: “menos capital simbólico equivale a menos credibilidad y menos influencia política y social”. (1)

Hasta ahora, Bergoglio viene trabajando para cumplir ese objetivo prioritario a través de un show mediático de gestos demagógicos, para todos los gustos y edades, lo que llevó a algunos periodistas a llamarlo el “gran gesticulador”. (2)
Tartufo nuevamente a escena

Pero el cambio de imagen y la demagogia son una máscara. Mientras los ingenuos, crédulos e idólatras de la figura papal siguen encandilados por tanto fuego artificial con olor a incienso, el espíritu del personaje de Molière vuelve al escenario.
Los exégetas papales lo anuncian con bombos y platillos: “Porque la revolución que se propuso es si se quiere cultural, fundamentalmente actitudinal. O sea, dejar atrás un extendido espíritu inquisitorial, culposo, triste y reglamentarista (léase un catálogo de prohibiciones) del catolicismo, macerado durante siglos, para colocar en el centro la esencia del Evangelio: el amor, y así privilegiar la cercanía a la gente y la comprensión” […] “Y haciendo, en fin, que la Iglesia sea una acogedora casa de todos. Pero para ello no traiciona las creencias y preceptos, sino que cambia el orden de prelación: Primero el Evangelio, después la doctrina y, finalmente, las normas morales. Y todo sin juzgar, sino buscando comprender y perdonar” […] "No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible". Y redondea: "Ya conocemos la opinión de la Iglesia (…) y no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar". (3)

Veamos: “Primero el Evangelio”, es decir, el mensaje que la iglesia católica ha manipulado históricamente en defensa de los intereses clericales; “después la doctrina”, léase la ideología católica, elaborada sólo por obispos y papas, absolutamente alejados de la realidad de mujeres y varones, con pretensiones de ser impuesta a través de las leyes civiles como es el caso de la Argentina; “finalmente, las normas morales”, contenidas en la llamada “ley moral natural”, rechazada por la mayoría de bautizados, también con ínfulas de convertirla en fuente de las leyes laicas, cuyo principal efecto no es otro que infantilizar personas, obligadas a satisfacer al neurótico dios católico.
Es decir, detrás de la demagogia papal lo que hay es más de lo mismo, pero maquillado con “buena onda” e impronta criolla. Evangelio, doctrina y normas morales siguen vigentes porque como el propio Bergoglio sostuvo, “Ya conocemos la opinión de la Iglesia (…) y no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”.

Corrobora lo que sostenemos la opinión del relator general del sínodo extraordinario de 2014 sobre la familia, cardenal Peter Erdo, arzobispo de Budapest, quien respecto a las cuestiones de familia y matrimonio religioso advirtió que dicha asamblea no debe entenderse para "cambiar la doctrina católica sino la manera de encarar esas situaciones". (4)
Detrás de la aparente actitud piadosa, comprensiva y misericordiosa, está el crudo, inhumano y discriminatorio pensamiento de la institución, la ideología episcopal, la que no se ha modificado ni un milímetro, oculta en los discursos papales (por ahora). Al decir de Eugen Drewermann “piedad de funcionario” en estado puro.

La ideología detrás de la máscara
Nunca como ahora, se destaca el carácter ideológico del pensamiento episcopal, inactual y caduco, por los incontables cambios sociales. Puede apreciarse en las 38 preguntas que el Vaticano envió a las Conferencias Episcopales sobre familia y matrimonio, publicitadas por los medios como algo “histórico”, cuando es práctica común de la institución antes de cualquier Sínodo.

El maquillaje demagogo no ha rozado siquiera la cuestión ideológica que no tiene cambios, y difícilmente los tenga ya que hay un obstáculo insalvable: el pensamiento del ideólogo mayor del catolicismo y fundador intelectual: Pablo de Tarso, inventor del concepto de Cristo, en palabras de Michel Onfray.
“Pablo se adueña del personaje conceptual, lo viste y lo provee de ideas” […] “Me complazco en las debilidades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Reconocimiento de la lógica de compensación en la que se encuentra inmerso el histérico en el camino de Damasco. A partir del deterioro de su fisiología, Pablo milita en un mundo que se le parezca.

El odio a sí mismo se transformó en un intenso odio al mundo y a lo que constituía su interés: la vida, el amor, el deseo, el placer, las sensaciones, el cuerpo, la carne, la alegría, la libertad, la independencia, y la autonomía. El masoquismo de Pablo no es ningún misterio. Sometió su vida entera a las penurias”. (5)
¿Cómo hará Francisco para eliminar la principal fuente de pensamiento del catolicismo?

Tartufo: inspirador de los obispos argentinos
Dejar atrás el “espíritu inquisitorial, culposo, triste y reglamentarista… para colocar en el centro la esencia del Evangelio: el amor, y así privilegiar la cercanía a la gente y la comprensión”, es un mensaje “pour la gallerie”, para hacer atractiva a la institución religiosa y que vuelvan los que se fueron. Si el comportamiento “a lo Tartufo” se mantuviera dentro del mundo católico sería sólo una cuestión a resolver por ese colectivo.

El problema es que la actitud impostora del personaje de Molière sale de la institución, se proyecta a la sociedad secularizada, y pretende tener influencia en políticas públicas y normas jurídicas de los países, convirtiendo a su “evangelio, doctrina y normas morales” en fuente de las leyes. Es lo que ocurrió días pasados con el lobby de la Conferencia Episcopal Argentina respecto a la Reforma del Código Civil.
Detrás de la máscara construida por Francisco siguen estando los documentos que en 2012 elaboraron para defender “los principios y valores que hacen a nuestra vida e identidad”, el tristemente famoso “ser nacional católico”.

Los émulos del personaje teatral que trabajan en el parlamento argentino cumplieron a la perfección las instrucciones del Vaticano contenidas en la “Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política” - no derogada por Francisco -, que sostienen: “… debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal”. (6)
Se leyó bien: “A la familia [católica] no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal”. Aplíquese esta instrucción a otras cuestiones de familia tratadas en el proyecto (fertilización asistida, divorcio, matrimonio igualitario, etc.).

Con una desfachatez total la oligarquía clerical ordena a sus huestes que impongan a todos los ciudadanos argentinos un pensamiento que ni sus propios miembros adhieren. Con su tosca insolencia convierten a legisladores electos por el pueblo argentino en representantes del papa católico. Atropellan el poder político de un estado soberano y le imponen su fraudulento poder religioso. Pretenden que los intereses del último monarca absoluto del planeta estén sobre los intereses de la Nación.
Dice Bergoglio: "No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible". Y redondea: "Ya conocemos la opinión de la Iglesia (…) y no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar". Pero la mentira tiene patas cortas, y quedó en evidencia en el Congreso de la Nación.

Así como Tartufo dividió a la familia de Orgón, los obispos católicos dividen a la sociedad argentina.
Migajas clericales, modelo hipócrita

La “revolución cultural” en palabras de los exegetas bergoglianos, cuya última novedad es el Sínodo de los Obispos sobre la Familia 2014 precedido de una encuesta “revolucionaria”, son sólo migajas que el clero le concede al laicado. Este colectivo sigue siendo un rebaño obediente y despersonalizado, confirmando el pensamiento de Pío X para quien «Solamente el colegio de los pastores tiene el derecho y la autoridad de dirigir y gobernar; la masa no tiene ningún derecho a no ser el de dejarse gobernar cual rebaño obediente que sigue a su pastor». Y a la masa, se la entretiene con demagogia mientras se la sigue insultando con la doctrina.

A pesar de los halagos, la “buena onda”, y los gestos “buenos”, el modelo institucional seguirá siendo netamente clerical por la sencilla razón que una oligarquía no resigna poder, mucho menos, ante quienes son calificados por el Código de Derecho Canónico como “súbditos”.
Toda la estructura institucional está armada para fomentar la manipulación de la conciencia de los sujetos. No hay en el discurso de Bergoglio una sola letra que promueva la autonomía de la conciencia. La institución continuará funcionando por sobre y hasta en detrimento de los derechos subjetivos de las personas.

Para que hubiera un cambio sincero y auténtico, el catolicismo romano debería volver al cristianismo que abandonó en el siglo IV dC, punto de partida de su constante política de prostitución con gobiernos de todos los signos, en particular, con los dictatoriales, de los que recibió no pocas prebendas.
“… que la Iglesia sea una acogedora casa de todos” […]  sin juzgar, sino buscando comprender y perdonar” […] pero sin traicionar “las creencias y preceptos”.

La farsa de Tartufo no podría estar mejor interpretada.

Carlos Lombardi.

Notas
(1) Erdely, Jorge, Pastores que abusan, en www. es.scribd.com/doc/173517739/Pastores-Que-Abusan-169124717

(2) Caparrós, Martín, “Dura columna de Caparrós: el papa es "manipulador" y "peronista”, en http://www.mdzol.com/nota/499586/
(3) Rubín, Sergio, “El mensaje del Papa Francisco provoca una revolución cultural”, en www.clarin.com/.../mensaje-Papa-provoca-revolucion-cultural_0_99770...

(4) http://www.losandes.com.ar/notas/2013/11/6/papa-divulgo-cuestionario-para-conocer-familia-moderna-748612.asp

(5) Onfray, Michel, Tratado de Ateología, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2005, p. 159.
(6) www.vatican.va/.../rc_con_cfaith_doc_20021124