Dentro
de la gira proselitista que el papa Francisco lleva a cabo por Asia, realizó
declaraciones con motivo del asesinato de los periodistas del semanario
satírico francés Charlie Hebdo.
Enfocó
sus reflexiones, sobre todo, en la libertad de expresión, diciendo: “si bien la libertad de expresión es un
"derecho humano fundamental", tiene un límite, que es el de no
ofender” […] “No se pude provocar, no
se puede insultar la fe de los demás. No se le puede tomar el pelo a la fe. No
se puede" […] “Si el doctor
Gasbarri [Alberto, responsable de la organización de los viajes pontificios,
que estaba en ese momento a su lado], dice una mala palabra en contra de mi
mamá, puede esperarse un puñetazo... ¡Es normal!" (1).
Nunca
como antes apareció el Bergoglio original, el integrista, el que mandó a
clausurar la muestra artística de León Ferrari en Buenos Aires en 2004, el que
nunca desapareció por más que en su rol de papa finja “buenismo” y utilice la demagogia y el populismo para atraer
ingenuos y crédulos.
Nunca
como antes quedó en evidencia que la gestión de Francisco es el continuismo de
sus dos antecesores, también integristas, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Es el
mismo pensamiento totalitario y conservador pero con “buena onda”.
Según
el papa, no se puede satirizar a las religiones, burlarse tampoco. Ahora bien
¿se habrá preguntado el monarca cuántas veces, y en distintos períodos
históricos, su religión no sólo se burló sino que insultó y asesinó a aquellos
que disentían de sus dogmas y fábulas? ¿Habrá reflexionado el pontífice acerca
de si su propia religión no representa una burla e insulto a la dignidad, razón
y sentimientos de los no católicos, esos que diariamente tienen que soportar
que su iglesia “meta la nariz” en cuanto asunto público y privado existe?
El
conflicto entre las libertades de expresión y religiosa – uno de los tantos
puntos de análisis del atentado – permite recordarle papa, que criticó la
esquizofrenia espiritual de los miembros de la Curia vaticana, algunas
“picardías” del catolicismo romano en la materia.
1. La iglesia católica y su
combate contra la libertad de expresión
Si
bien no es este el espacio para analizar en profundidad cómo la iglesia
católica insultó y pisoteó la libertad de expresión en diversos períodos
históricos - y masacró en nombre de sus verdades -, pueden mencionarse algunos
ejemplos vigentes en pleno siglo XXI.
La
no suscripción de la Declaración Universal de Derechos Humanos por parte de la
Santa Sede, como varios de sus protocolos e instrumentos internacionales
relativos a la libertad de expresión, es un hecho irrefutable. Problema que se
agrava puertas adentro de la institución religiosa ya que el propio Código de
Derecho Canónico impone la censura en sus cánones 823 a 832.
Son
incontables los casos de laicos y teólogos censurados y expulsados, sobre todo,
en las monarquías de Juan Pablo II y Benedicto XVI. El propio Francisco expulsó
a un cura brasileño por haber defendido el matrimonio entre personas del mismo
sexo.
Mientras
que en nuestro país también existieron casos donde se violó la libertad de
expresión, bajo el mandato cardenalicio de Bergoglio. Algunos de ellos fueron:
a)
El del teólogo Ariel Alvarez Valdes, porque se atrevió a manifestar en sus
libros que Adán y Eva nunca existieron. Sus censores le dijeron que podía decir
“esas cosas” en libros para
especialistas, en libros “difíciles”,
pero no para los creyentes porque se escandalizaban. Se le practicó un juicio
canónico, pero se sabe que ese tipo de procesos no respetan la garantía de
defensa en juicio.
b)
El de la profesora de Historia de la Cultura Persa, Paola Raffeta, docente de
la Universidad del Salvador (Jesuita), quien en 2009 ejerció el derecho a
expresarse en contra de la intromisión de la iglesia católica en las políticas
públicas del país y anunció su participación en la primera campaña de apostasía
colectiva de la Argentina.
La
docente, con una antigüedad de 10 años, tuvo como respuesta de parte de la casa
de estudios, el despido. El principal argumento que se esgrimió fue que el art.
39 inciso e) del Estatuto Académico sostiene que los docentes tienen la
obligación de “no difundir ni adherir a
concepciones que se opongan a la doctrina católica”.
Las
opiniones fueron vertidas fuera de la Universidad, no dentro del aula. Sin
perjuicio de ello, aquella libertad de pensamiento y expresión fueron
sancionadas so pretexto de normas eclesiásticas.
c)
El caso del juez del Superior Tribunal de Entre Ríos, Carlos Chiara Díaz,
profesor de la Universidad Católica Argentina en Paraná, quien también fue
despedido por haber firmado el proyecto de reforma del Código Penal que
despenalizaba el aborto en 2006, proyecto que luego fue archivado.
El
catolicismo romano está en las antípodas del respeto a la libertad de
expresión, manteniendo la moderna inquisición (Congregación para la Doctrina de
la Fe), con sus procedimientos de censura contemplados en el “Reglamento para el examen de doctrinas”,
también conocido como “Ratio agendi”
(Razón de obrar o proceder en un juicio), aprobado por Juan Pablo II el 30 de
mayo de 1997, y publicado el 29 de junio de 1997.
Estas
burlas e insultos del catolicismo hacia la libertad de expresión son mantenidos
por Francisco.
2. Insultos y burlas en la
“religión del amor”
“No se pude provocar, no se
puede insultar la fe de los demás. No se le puede tomar el pelo a la fe. No se
puede”, sostuvo el
monarca teocrático. Ahora bien ¿Qué hizo su iglesia y representantes durante
siglos sino insultar y tomar el pelo a quienes no adherían a sus dogmas?
Relataba
Deschner que históricamente “las
concepciones de todos los pensadores inconformistas, por más que su altura
espiritual se elevase a veces a lo sublime, tenían que ser vistas como una
“peste”, como una “enfermedad”, como “poses henchidas de ateísmo”, como “alaridos
o ladridos salvajes”, como “vómitos o esputos”, como “pestilente basura”, como
“excrementos”, como “hediondo estercolero”. Desde entonces, todos los no
cristianos – y también los cristianos de confesión distinta a la propia –
equivalen a “apestados” a “inválidos” a “precursores del Anticristo”, a
animales en figura humana”, a “hijos del demonio”. Toda esta terminología
cultural proviene de bocas episcopales y papales y va toda ella dirigida contra
los “herejes”, es decir contra las “bestias de la peor ralea”, contra “carne de
matadero para el infierno” (2).
Se
dice que no hay que sacar de contexto esos insultos. ¡Pero si aquellos que no
descontextualizaron fueron pasados a degüello o llevados a la hoguera! Y en
pleno siglo XXI puede pasarse revista a los comentarios de foristas enfurecidos
que lanzan insultos ante cualquier ensayo crítico contra su religión que se
publique en internet.
Han
sido los ateos quienes han recibido por siglos burlas e insultos de toda laya.
Michel Onfray reflexionó en profundidad en el primer capítulo de una obra
fundamental”: “Difícil, por lo tanto,
reconocerse como ateo… Nos llaman así, y siempre ante la perspectiva insultante
de una autoridad dispuesta a condenar” (3).
Como
si aquello no alcanzara, los no creyentes (o creyentes en otras religiones),
deben soportar que el catolicismo romano despliegue sus burlas a la razón a
través del proselitismo e imposición de su credo en nombre de la libertad
religiosa.
El
abanico en este escenario es ilimitado dado el carácter invasivo y totalitario
de esa religión. Desde sus dogmas, doctrinas y mandatos morales, pasando por su
intrusión en las políticas públicas de los estados para que se gobierne,
legisle y sentencia con el catecismo en la mano, hasta su simbología cruenta,
por ejemplo, un crucifijo con un cadáver colgado.
Volviendo
a las declaraciones papales: ¿No es una burla y un insulto, liso y llano,
calificar a la “Noche de San Bartolomé” como un pecado? ¿En qué
cabeza psicópata entra que esa auténtica masacre de protestantes en manos de
“misericordiosos” católicos haya sido sólo un “pecado”?
3. Los límites ¿quién los
pone?
Francisco
considera que la sátira - que lleva ínsita la burla - es inapropiada para referirse a las
religiones, incluyendo la propia. Sin embargo, la sátira es un género literario
(para algunos un subgénero) como los que utiliza la propia iglesia católica
para interpretar las diversos libros de la biblia. Por lo tanto su uso es tan
válido como el género apocalíptico, el de las parábolas, o el erótico.
El
atentado en Francia reflotó el enfrentamiento entre las libertades de expresión
y de religión. Para el papa, la de expresión tiene límites y así es. ¿Y la
libertad religiosa? ¿Cuáles son sus límites? ¿Deben los creyentes limitar el
ejercicio de su libertad de creencia? Por supuesto que sí, aunque la beatería y
los neofariseos que han proliferado como hongos no entiendan por qué si sus
creencias son “buenas” debieran limitarlas. Precisamente porque lo que es deber
religioso para unos, no lo es para los demás. Porque no de cualquier modo ni en
cualquier lugar se la puede ejercer, siguiendo el razonable criterio de una
jueza nacional.
Los
límites se encuentran no sólo en los propios creyentes sino en las leyes
laicas. Como sostiene Savater “la
legalidad establecida en la sociedad laica marca los límites socialmente
aceptables dentro de los que debemos movernos todos los ciudadanos, sean cuales
fueren nuestras creencias o nuestras incredulidades. Son las religiones quienes
tienen que acomodarse a las leyes, nunca al revés” (4).
El
papa Francisco, sigue sin entenderlo.
(1)
“El papa Francisco, sobre Charlie Hebdo: "No se puede insultar la fe de
los demás", en
http://www.lanacion.com.ar/1760255-el-papa-francisco-sobre-…
(2)
Deschner, Karlheinz, El Anticatecismo, Zaragoza, Yalde, 1990, p. 29.
(3) Onfray, Michel, Tratado de Ateología, Buenos
Aires, Ediciones de la Flor, 2006, p.
41.
(4)
Savater, Fernando, La vida eterna, Barcelona, Ariel, 2007, p. 212.