lunes, 13 de julio de 2015

TEDEUM AUTORITARIO

El nuevo aniversario patrio permitió escuchar las quejas de un integrante de una de las clases privilegiadas de Argentina, y reflexionar acerca del atraso en que se encuentra la república y la democracia cerca del bicentenario de la independencia.

En cada fecha patria, los obispos católicos reeditan el tradicional “Te Deum” (a Ti, Dios) - incorporado al diccionario RAE como “tedeum” – al que asisten, no por imperativo legal sino por costumbre que hecha sus raíces en el nefasto clericalismo político, no pocos dirigentes y funcionarios electos por el pueblo.

En ese acto político, disfrazado de “ceremonia litúrgica”, los prelados utilizan sus púlpitos para cumplir el rol de actores políticos, el que siempre tuvieron, aunque lo nieguen. Y en esta ocasión, se destacó el sermón del obispo residente en la provincia de Tucumán, quien elaboró un discurso plagado de consignas contrarias a la república y la democracia.
Que un ciudadano argentino disienta de las políticas públicas de turno, de leyes que no se adecuan a su ideología, o a sentencias judiciales, y así lo manifiesta, forma parte de la libertad de expresión que el ordenamiento jurídico le reconoce.

Ahora bien, que el mismo ciudadano confíe “en que nuestros legisladores sabrán defender los derechos de los tucumanos oponiéndose a estos intentos”, es otro cantar e implica un liso y claro llamamiento a no cumplir con las leyes de la nación.
¿Qué disposiciones y leyes no le gustan a un señor que, gracias al genocida Jorge R. Videla, cobra un sueldo del Estado argentino gracias a la “ley” 21.950?
Mencionó, en primer lugar, los “protocolos de aborto y de fertilización asistida inaceptables porque violan el elemental derecho a la vida y a seguir la propia conciencia avasallando, además, las legítimas autonomías provinciales” (1). Y atribuyó al poder político el “imponer” a la sociedad aquella normativa. 
La supina ignorancia y autoritarismo del sujeto en cuestión exige recordarle: 1. Ni el protocolo sobre aborto no punible, no penado, es decir, permitido, como tampoco la ley 26.862, de Reproducción Medicamente Asistida, obligan a ningún ciudadano o ciudadana. Son normas que posibilitan el ejercicio de las libertades de decisión y elección de las personas, tutelando su autonomía o autodeterminación del proyecto de vida, precisamente, lo que no hace su iglesia; 2. Las autonomías provinciales, concretamente, el derecho provincial, está subordinado a la supremacía federal. Dicho de otro modo, el “orden jurídico provincial” se subordina al “orden jurídico federal”, por lo tanto, nunca una ley provincial puede estar por encima de las leyes nacionales. Otro cantar es que desde una ley nacional se “invite” a las provincias a adherir a su contenido, o las competencias reservadas por las provincias en materia legislativa que, en los dos casos que le disgustan, no la tienen.

El segundo disgusto del obispo se enfoca en los “proyectos curriculares que, además de no respetar el derecho natural, violan la libertad de enseñanza y el derecho de los padres de elegir la educación que quieren para sus hijos”.

El problema del obispo es que cree estar todavía en la última dictadura militar donde su iglesia elaboraba los planes educativos tendientes a defender la “civilización occidental y cristiana”, con un modelo de sociedad para pocos. Ya sabemos los “frutos” que dieron esos planes.

El derecho natural es sólo un postulado ideológico del catolicismo integrista, desesperado por imponerlo a través de leyes nacionales y provinciales, donde el primer aspecto a cumplir es la obediencia a la moral elaborada por el clero. Si esa perspectiva quedara sólo en los colegios confesionales sería lógico. En esos establecimientos se lleva a cabo el adoctrinamiento religioso aunque con resultados muy pobres. Es que la religión no sirve para fundar la moral, y ejemplos sobran.

La sociedad argentina ha cambiado. Los consensos que se logran en los ámbitos democráticos buscan conformar una sociedad plural, diversa e inclusiva, con igualdad y respeto a las libertades, modelo social que difiere al que trató de imponer su iglesia en la última dictadura.

En nuestros tiempos lo “natural” dejó paso a la construcción cultural, con participación de todos y todas. Y este fenómeno también roza al supuesto derecho de los padres a elegir la educación (religiosa) de sus hijos. Son los propios creyentes quienes aceptan que sean sus hijos los que elijan la religión que les plazca.

Luego la paranoia: La Iglesia ve amenazado su derecho de enseñar y yo, como arzobispo, no tengo el derecho de callar. Es demasiado lo que está en juego en la educación. Nada menos que el futuro de la Patria porque sin educación no hay ningún futuro".

Sólo en una mente sin matices y autoritaria puede existir semejante afirmación. El orden público no sólo garantiza sino que reconoce a la Iglesia Católica la facultad de enseñar de acuerdo a su ideología. La preocupación del obispo tiene otro sustrato: es la queja por la indiferencia de los católicos en particular, y los ciudadanos en general, a los postulados de su religión que hace tiempo no vertebran a la sociedad. Por eso dice: “… se va creando un ambiente de temor en el que ya no es posible confesar abiertamente la fe y actuar en consecuencia”.
Es que son los propios creyentes quienes no aceptan el pensamiento del clero. No sólo la religión es inservible para fundar el acto moral, sino que el pensamiento episcopal tiene más que nunca un marcado carácter ideológico ya que los cambios sociales lo han convertido en inactual y anacrónico. El Sínodo de la Familia, convocado por la propia autoridad eclesiástica es una prueba de ello.

La realidad antidemocrática y opuesta a los derechos humanos del catolicismo romano no ha cambiado porque los representantes de lo sagrado siguen atados a un fósil ideológico.
El llamamiento a no respetar el orden público nacional, a casi 200 años de independencia, deja ver el talante contrario a la república y a las libertades, no sólo del personaje en cuestión, sino del órgano máximo del catolicismo en nuestro país. 

Nota

(1) “Duro mensaje de la Iglesia en el tedeum: "¿De qué democracia hablamos si se convierte en enemigo al que discrepa?", en http://www.lanacion.com.ar/1809032-duro-mensaje-de-la-iglesia-en-el-tedeum-de-que-democracia-hablamos-si-se-convierte-en-enemigo-al-que-discrepa. Todas las citas son de esta nota.

EVO, BERGOGLIO Y FERRARI

La foto recorrió el mundo. La parafernalia religiosa que desató la visita del papa Francisco a Bolivia tuvo un momento álgido cuando Evo Morales le obsequió al monarca católico un “crucifijo comunista”, tallado sobre la hoz y el martillo.
La cara desencajada del papa, indisimulable, dicen que fue seguida de un “eso no está bien”. A renglón seguido, vino la clásica relectura del vocero del Vaticano. Pero Bergoglio, en su infinita demagogia y fingimiento, tuvo que “tragarse el sapo”.
La intención del primer mandatario boliviano fue recordar que dicha imagen fue elaborada por un cura jesuita que, horas antes, había sido homenajeado por Francisco: Luis Espinal, clérigo opositor a las dictaduras militares bolivianas.
"El padre Espinal ha estado con los pobres, ha sido torturado antes de ser asesinado. Ese padre ha diseñado, ha tallado, ha hecho la cruz con la espada y la hoz. No es invento de Evo Morales, solo estamos recuperando ese mensaje del padre Luis Espinal", sostuvo el presidente.
La anécdota, permite recordar no sólo cómo la Iglesia Católica ha manipulado las imágenes religiosas, en contra del mandato bíblico, sino también rememorar el reciente pasado “iconoclasta” de Bergoglio contra el artista León Ferrari.

Del “No te harás imágenes”, a la religión idolátrica

Dice Pepe Rodríguez, “… el catolicismo es una religión idólatra, por eso la Iglesia – que creció adoptando mitos y ritos paganos y se extendió entre gentes habituadas a la idolatría – para poder conquistar la devoción de las masas incultas, tuvo que borrar de su doctrina la prohibición divina de adorar imágenes” (1).
Basta con comparar el Decálogo original que figura en el Antiguo Testamento (Dt 5,7-21) con la versión del catolicismo romano para corroborar lo dicho. El segundo mandamiento lo eliminaron de un plumazo.
La explicación oficial proviene del Concilio de Nicea (787), volcado al Catecismo, donde se justificó el culto a las imágenes en una nueva “economía” de ellas. Pura manipulación de los representantes de lo sagrado que, dentro de la lógica religiosa, del hecho cultural de la religión, podría ser entendible. No obstante, y aunque lo nieguen, el comportamiento institucional y de no pocos creyentes es idolátrico.
El autor citado recuerda que la iglesia “para ocultar la eliminación del segundo mandamiento ha recurrido a la astucia de unir el primero y el segundo en uno solo, pero usando después sólo el texto del primero, con lo que hizo desaparecer la prohibición de dar culto a las imágenes” (2)
Es que como sostiene el teólogo José María Castillo, la religión no se reduce a la relación entre el hombre y una deidad, sino que implica también una “relación mediada” con los representantes de lo sagrado, entre cuyos efectos se encuentran la sumisión y el sometimiento a las disposiciones de la autoridad, en nuestro caso, a las imágenes.
Aunque en el caso del catolicismo romano la existencia de “autoridades” tiene que ver más con la sed de poder de la casta clerical, que de un mandato del no católico y no clérigo Jesús de Galilea.

La venganza de León Ferrari

Corría el año 2004 cuando el artista León Ferrari inauguró una muestra en el Centro Cultural Recoleta (CCR). Se denominó “Retrospectiva: Obras 1954-2004” e incluía diversas obras, heliografías, collages, hasta las series del año 2000, tituladas “Ideas para infiernos”, que contienen figuras de santos, vírgenes y Cristos dentro de licuadoras, tostadoras, sartenes y ollas. Cabe aclarar que la muestra se hizo en una institución pública donde se advertía a los concurrentes que la “sensibilidad religiosa” podía verse afectada.
¿Qué autoridad eclesiástica encabezó la campaña del fundamentalismo religioso contra la muestra? Jorge Mario Bergoglio fue quien la lideró, calificándola de blasfema, celebrando misas de desagravio, y ejerciendo un fuerte lobby ante las autoridades públicas, quienes no cedieron al contar con el apoyo de la ciudadanía y la comunidad artística. Su autoritarismo lo llevó a escribir una “carta pastoral”.
La censura inquisitorial de Bergoglio fracasó. Once años después, tuvo que someterse a una imagen “heterodoxa” - el “crucifijo comunista” -, ideado por un sacerdote de su propio cuño. Su propia demagogia e hipocresía le jugaron una mala pasada. No hay declaraciones de blasfemia.
Ganó Ferrari. 

Iglesia sedicente

La operación de marketing iniciada por el Vaticano tendiente a dar un giro de 360° en la imagen del papa católico tiene estos riesgos. Desesperados por cambiar su rol incrementaron el culto al líder (otra forma de idolatría), potenciado por el populismo, chabacanería y demagogia del propio Bergoglio.
Pero el riesgo no se reduce a eso. Hay más. La idolatría que está en el ADN católico romano, se refuerza con el sincretismo religioso que goza de muy buena salud, a pesar del mandato bíblico. No sería de extrañar que el “crucifijo comunista” fuera bendecido, como muestra que en la religión católica nada es original y todo fue “adaptado” a su cultura.
A su vez, el peligro de aceptar el crucifijo se observó en el propio Francisco. Como bien lo señala Fernando Lozada, para entender la cara de Bergoglio frente el presente de Evo Morales hay que leer la encíclica Divini redemptoris, del papa Pío XI, sobre el comunismo ateo.
Pero eso a los católicos no les interesa. Lo que importa es idolatrar el líder. Como decía Deschner “lo que para los creyentes está en juego no son los problemas históricos, filosóficos o éticos, ni tampoco la verdad o, para ser más honestos, la verosimilitud” (3).
El primer papa latinoamericano fue quien confirmó, aceptando el “crucifijo comunista”, la sedicente vida del creyente que, en nuestras épocas, se nota más que nunca.

Notas
(1) Rodríguez Pepe, Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica, 2011, Barcelona, Ediciones B, p. 431.
(2) Op. cit.

(3) Deschner, El Anticatecismo, 1996, Zaragoza, Yalde, p. 45