jueves, 24 de abril de 2014

EL RIESGO DE VOLVER A LA “NACIÓN CATÓLICA”

La designación de Jorge Bergoglio como primer papa católico romano ha producido un efecto impensado poco tiempo atrás: la “buena” relación con el gobierno kirchnerista.

Visitas de la presidenta al Vaticano, intercambio de regalos, llamados por teléfono del pontífice a la mandataria, preocupado por su salud, y el rumor que Francisco desea que este gobierno “termine bien”, permite preguntarnos si existe el riesgo de volver al mito de la “nación católica”.
Luego del período del liberalismo político, encarnado en la figura del presidente Julio A. Roca, donde se llevaron a cabo profundos cambios a favor de la secularización de la sociedad y laicidad de las instituciones y leyes, iba a surgir un nuevo “modo de ser” católico, cual es, el integrismo o católico “integral”, en palabras de Esquivel.

Según el autor, el integrismo naciente se caracterizó por enfatizar que el rol de la Iglesia en el continente y en nuestro país era ser “rectora” de la sociedad, con facultades para determinar normas de conducta social y “códigos de convivencia”.
Consecuencia de ello comenzó la introyección de sus valores religiosos en la sociedad civil, el “ser católicos en toda la vida”, surgiendo una clara impronta totalitaria. La tendencia, que se prologaría durante todo el siglo XX puede resumirse en estas palabras: “La Iglesia impondría a la población una unidad totalizante cultural y religiosa, desde la cual daría sentido y pertenencia a todos los ámbitos de la vida comunitaria” (1). A eso se le sumo la creciente participación en la vida política a través del clero y laicado en diversos escenarios políticos y gubernamentales.

El efecto inmediato del integrismo religioso fue (y sigue siéndolo), la intromisión de la Iglesia en la legislación y políticas públicas en materias que son de su interés y que considera “mixtas”, es decir, cuestiones que interesan tanto a ella como al Estado.
Este “modo de ser” católico implicó el resurgimiento, a partir del golpe de estado de 1930, de viejas ideas políticas que tuvieron su auge en los momentos fundantes de la nación y que permanecieron en estado latente durante varios períodos políticos.

Hablamos de la antigua idea/matriz que identificó identidad territorial con identidad religiosa, que en épocas de la colonia se cristalizó en identificar el “ser nacional” con el “ser católico”, y que a mediados del siglo XX se reformularía mediante la expresión “nación católica”.
La “nación católica” fue estudiada por el historiador Loris Zanatta quien la calificó como un mito. Más allá de ello, dicha fórmula posibilitó a la Iglesia la obtención de más beneficios y mejor posicionamiento político desde el primer golpe de estado producido en 1930.

El resurgimiento de las antiguas ideas, las nuevas fórmulas y los consiguientes privilegios beneficiaron a la Iglesia Católica. Siguiendo el pensamiento de Zanatta, fueron posibles gracias a un contexto político que tuvo las siguientes características: 
a. Nacional/catolicismo como “corpus ideológico” que fundó no sólo el autoritarismo católico, sino que se construyó “sobre la base de la superposición de “catolicidad” y “nacionalidad”, de la identidad entre confesión religiosa y ciudadanía.

b. Crisis del liberalismo que permitió a la Iglesia y al catolicismo la reorganización de las tendencias antiliberales y antisocialistas.
c. Lucha del catolicismo “por imponerse como fundamento constitutivo de la identidad nacional”, acción que incluyó “elevar a misión institucional del Ejército la construcción y defensa de la “nación católica”.

d. Protagonismo político del catolicismo como consecuencia de la crisis del liberalismo.
e. La Iglesia Católica como “factor de cohesión social”.

f. Revisión del concepto de nación elaborado por el liberalismo; identificación entre nación y catolicidad.
g. “Catolización de la historia nacional”.

Este contexto político, formado durante los años treinta, posibilitó que la Iglesia reafirmara “con fuerza su centralidad en la historia y en la tradición del país, y pretendió que el catolicismo encarnase la identidad espiritual indiscutida de la nación. Sobre esta base, partió a las cruzadas contra el liberalismo, el socialismo, el comunismo, ideologías importadas, enemigas del “ser nacional” (2). 
Cumpliendo aquel papel, no extrañó que con el transcurso del tiempo y relacionándose con diversos gobiernos consiguiera no sólo creciente participación e influencia política, sino los privilegios jurídicos que aún tienen vigencia en nuestro país.

Hablar del riesgo de volver al referido mito implica necesariamente que los diversos actores sociales estén atentos para que no recobren fuerzas los viejos indicadores que vehiculizaron los privilegios hacia la Iglesia, es decir, el resurgimiento de los binomios territorio/religión, el ser nacional equivalente a ser católico; clericalización social y recristianización de la sociedad.
Notas

(1) Esquivel, Juan Cruz, Iglesia Católica, política y sociedad: un estudio de las relaciones entre la elite eclesiástica argentina, el Estado y la sociedad en perspectiva histórica. En publicación: Informe final del concurso: Democracia, derechos sociales y equidad; y Estado, política y conflictos sociales. Programa Regional de Becas CLACSO, Buenos Aires, Argentina. 2000.
(2) Zanatta Loris, Perón y el mito de la nación católica, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999.

CANONIZACIÓN DE JUAN PABLO II, O CÓMO EL VATICANO ESCUPE AL CIELO

“Nadie seguirá a un Mesías si éste no hace milagro alguno. Al menos, esto es así por principio, porque hay una alternativa: que al Mesías o a aquél que se tiene por Mesías se le atribuyan acciones  milagrosas que él no ha realizado. Y de poco le sirve que él en persona arremeta contra el afán de milagros. En todo caso se le proveerá de acciones milagrosas” (1)

El tema de los milagros permite abordar no sólo la histórica manipulación que de ellos ha hecho la Iglesia Católica, sino que conecta con otras artimañas que la institución religiosa comete ante las consecuencias celestiales de aquellos: las canonizaciones.
Conforme la lúcida opinión de la teóloga citada, el Mesías cristiano rechazó los milagros “como acreditación de la verdad de su mensaje: “Si no veis señales y prodigios, no creéis” (Jn 4,48)”. Para él “la creencia en virtud de los milagros no es fe” (2).

La teología crítica es conteste en admitir que los milagros no pasan de ser fábulas o leyendas utilizadas por la religión - en nuestro caso, católica - para satisfacer sus intereses. Se basa en que ni las cartas de los Apóstoles, ni Pablo (fundador del catolicismo), hicieron referencia alguna a acciones milagrosas de Jesús.
Ni el milagro de la “boda de Caná” (que, para seguir su costumbre de adaptar sus fechas litúrgicas, la iglesia hizo “coincidir” el 6 de enero, fiesta del dios griego Dioniso); ni las curaciones milagrosas (con su “lógica” culpa causante/enfermedad causada, y la variante “no curación” por falta de fe de la gente); ni las expulsiones de demonios (que conforme el estado de los conocimientos médicos de la época hacían confundir a epilépticos, ciegos, mudos, o enfermos de gota con “endemoniados”), ni los milagros de la naturaleza (análogos a los que relataba Pitágoras); o el de la higuera (donde se castiga injustamente a ese pobre árbol por no dar frutos fuera de época); o la resurrección de muertos (sobre todo la de Lázaro, plagada de contradicciones entre los evangelistas), permiten sostener que haya “algo cristiano sobre lo que se deba teologizar”, en palabras de la alemana.   

Si la Iglesia Católica, impune y cínicamente, ha manipulado los milagros, cabe el mismo criterio para su efecto institucional inmediato, las canonizaciones.
Históricamente, fueron utilizadas no sólo con fines religiosos, sino esencialmente políticos y económicos. Como sostiene José María Castillo “un santo “bien aprovechado” puede ser una mina: las peregrinaciones, las reliquias, los milagros, las indulgencias han sido siempre, y siguen siendo, una fuente importante de ingresos. Por eso ha pasado lo que ha pasado” (3). En pleno siglo XXI sigue siendo un negocio redondo administrado por el Vaticano S.A.

¿Y qué muerto será sujeto de la próxima canonización? Nada menos que el papa Juan Pablo II, cuyo procedimiento fue motorizado por los sectores fundamentalistas e integristas del catolicismo, haciendo apología de amnesia colectiva, si se tienen en cuenta las canalladas que hizo el pontífice durante todo su período de gobierno.
De la mano de la manipulación señalada, vienen dos artimañas y una confirmación. La primera, el propio Juan Pablo II fue quien dictó, el 25 de enero de 1983, la Constitución apostólica “Divinus perfectionis magister”, reformando los procesos de  beatificación/canonización establecidos en el siglo XVII por Urbano VIII, y que lo iba a beneficiar de modo directo; segunda, su período de gobierno fue un cúmulo de violaciones a derechos humanos que invalidan su propia canonización. La confirmación: con la santificación efectuada, Francisco ratifica la continuidad del modelo institucional clerical, obsoleto, que poco y nada tiene que ver con el cristianismo.

1. La modificación de las reglas: prevaricar, esa es la cuestión

La constitución apostólica mencionada, contiene una serie de reformas en el procedimiento de canonización que, paradójicamente, lo convierte en “non sancto” ya que exponen decisiones injustas y premeditadas por parte de quien, a posteriori, iba a ser el principal beneficiado. Las reformas recayeron en los siguientes puntos:

a) Reducción de plazos: mientras históricamente el procedimiento de beatificación/canonización comenzaba 5 años después de la muerte del candidato, con la referida Constitución, el propio Juan Pablo II permitió que se diera una dispensa de ese plazo para iniciar algunos procesos, obviamente, digitados por el Vaticano conforme sus intereses. De esta modificación se valió Benedicto XVI para iniciar el proceso de Wojtyła, y que ahora culmina con la canonización.

b) Eliminación del “abogado del Diablo”: este personaje, tradicionalmente, era el encargado de poner trabas a los méritos del candidato. Su figura fue abolida por Juan Pablo II y suplantada por el “promotor de justicia”, un sujeto que en vez de exponer los hechos negativos probados se limita a reforzar los méritos del futuro santo.

c) Milagros oscuros: de los numerosos hechos atribuidos al papa, se eligió el de una monja que se curó del mal de Parkinson, al haberla encomendado sus compañeras de congregación al papa difunto. La cuestión es que un médico polaco consultado por el Vaticano sostuvo que tenía dudas acerca de la curación milagrosa, ya que los padecimientos de la monja podían deberse a otra enfermedad neurológica, no al Parkinson. Como es obvio, el Vaticano buscó otra opinión que finalmente permitió a la Comisión Médica de las Causas de los Santos sentenciar la curación “instantánea”. El segundo milagro, que permite la canonización, fue a favor de una costarricense curada de un aneurisma cerebral.

d) Reducción en los aranceles y tasas: con la excusa que acortando plazos también se reducen tasas y aranceles, se blanqueó el hecho que para llegar al cielo católico hay que pagar, ¡no faltaba más! En algunos casos se gastaron millones de dólares en la beatificación, por ejemplo, en el caso de José María Escrivá de Balaguer, fundador de la secta nacionalcatólica “Opus Dei”. El primer documento (la “positio”), a favor de un nuevo beato cuesta 6.000 euros más los honorarios de quien postula. En el caso de Juan Pablo II no se sabe cuánto se ha pagado.

e) Objeciones no incluidas en el procedimiento: numerosos informes, tanto de sectores del progresismo como del conservadurismo, que contenían no pocas objeciones a la beatificación/canonización no fueron agregados ni tenidos en cuenta durante todo el período en que duró el procedimiento.

Esos detalles “menores” le permitieron al pontífice ser beneficiario celestial. Demuestran también que un procedimiento justo es lo que menos importa a la hora de manipular masas y facturar.

2. Diabluras terrenales: por qué la canonización de Juan Pablo II es una desvergüenza

Lo expuesto respecto a la manipulación y relajación del proceso no deja de ser exponente de las prácticas caricaturescas de la jerarquía vaticana, necesitada imperiosamente de cielos, infiernos, figuras mitológicas, patrones y patronas, fábulas, supercherías e idolatrías varias para controlar conciencias y mantenerlas en un catecismo de primera comunión.

La realidad es bastante más implacable y demuestra el cúmulo de males que ocasionó Wojtyła, cuyos efectos atroces aún lo padecen los católicos y no pocas sociedades laicas. Hagamos un muy breve repaso de las diabluras del sujeto en cuestión.

a) Encubridor del clero abusador sexual: el período de gobierno de Juan Pablo II fue, por lejos, el peor en cuanto a la política de encubrimiento de curas abusadores sexuales. La valentía de las víctimas y la acción de los medios de comunicación social fueron determinantes para que se hiciera visible el fenómeno.

Normas jurídicas elaboradas premeditadamente para proteger a los abusadores, modus operandi de carácter universal para encubrir delincuentes, maniobras judiciales dilatorias, compra del silencio de las víctimas bajo el disfraz de “resarcimientos”, mantenimiento del secreto pontificio, “decálogo” para proteger a los violadores con sotana, son aberraciones que se fomentaron y ampliaron bajo el mandato de este papa, principal responsable de encubrir la plaga, cuyos efectos siguen intactos dentro de la institución.

En el “ranking” de delincuentes protegidos por Wojtyła hay para todos los gustos: desde el monstruo llamado Oliver O’Grady, quien abusó de un bebé de 9 meses; pasando por James Poole, a quien se le confió una adolescente muy pobre, la embarazó, y la convenció para que le dijera a la policía que había sido su padre quien lo había hecho, siendo este encarcelado; hasta el multimillonario y pedófilo Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, mecenas financiero del pontífice y del Vaticano. Cabe recordar que dicha congregación ha recibido el guiño de Francisco para seguir con sus actividades.

Por esta sola causa, todo el proceso de canonización es nulo de nulidad absoluta. Es un insulto a las víctimas y sus familias, y la prueba máxima que la Iglesia es una máquina picadora de seres humanos que están debajo, pero muy debajo, de la macabra institución.

b) Continuador de la corrupción financiera vaticana: fundamentalmente, porque no continuó la investigación iniciada por su predecesor Juan Pablo I sino que mantuvo en sus cargos a los principales responsables de la corrupción financiera, por ejemplo, el obispo Paul Marcinkus, durante 10 años. Luego, fue escondido en el Vaticano para evadir las citaciones de la justicia italiana.

Innumerables son los periodistas e investigadores que analizó minuciosamente el lavado de dinero vaticano durante el período de este papa, como el desvío de fondos para financiar al sindicato polaco “Solidaridad”. El capítulo financiero de la gestión del papa Wojtyła fue vergonzoso y es otro obstáculo insalvable que anula la canonización.

c) Avalista de dictadores latinoamericanos: el período de gobierno de Wojtila coincidió, dramáticamente, con las dictaduras militares latinoamericanas. En el caso de nuestro país, la colaboración de la mayoría de la Conferencia Episcopal Argentina y sus secuaces laicos con los genocidas es un hecho irrefutable.

La ideología católica fue el fundamento de las dictaduras con sus mitos de legitimación: hispanismo, civilización occidental y cristiana, identidad nacional católica, entre otros.

La histórica alianza Ejército-Iglesia en nuestro país, que llevó a esta última a apoyar todos los golpes de estado, tuvo un jugoso “premio” en la última dictadura: el conjunto de leyes que beneficiaron económicamente a la Iglesia, sobre todo, aquella por la que todavía hoy los obispos cobran un sueldo del estado nacional.

En el caso de Chile, la bendición católica a la sangrienta dictadura que sufrió ese país se reflejó en la cercanía a través del Nuncio y gestos políticos como la salida al balcón del Palacio de la Moneda del pontífice junto al dictador genocida Augusto Pinochet para quien, además, celebró una misa especial.

d) Abanderado del machismo clerical: fue este pontífice quien le cerró las puertas a las mujeres para acceder al sacerdocio, confirmando el carácter machista y discriminador del catolicismo romano.

Conforme la Carta Apostólica “Ordinatio sacerdotalis”, Juan Pablo II sostuvo que la Iglesia “no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación sacerdotal”, fundamentalmente, porque Cristo no eligió mujeres.

Quiso congraciarse con el colectivo femenino a través de otra Carta Apostólica: “Mulieris Dignitatem”, pero le salió mal. Como sostiene Roser Puig Fernández, “según Juan Pablo II, el Maestro prescindió de las mujeres para su proyecto clerical porque le dio la gana y la Iglesia no podía hacer nada al respecto (tesis desmentida por la exégesis y la teología actualizadas e independientes) ¡Bonita manera de colgarle a Jesús de Nazaret la responsabilidad del escándalo de la discriminación de la mujer en la Iglesia Católica!” (4)

e) Defensor del genocidio español en Latinoamérica: fue continuador de la histórica apología de los papas respecto a la evangelización de las tierras americanas, que vino de la mano del genocidio y rapiña española, de los que la Iglesia Católica resultó beneficiaria privilegiada.

Relata Deschner que en uno de sus primeros viajes, efectuado a República Dominicana en 1979, el pontífice dio gracias a su dios porque le concedió poner pie en esa porción de tierra americana que se “abrió a Jesucristo”.

Como contrapunto a semejante acto de cinismo, citando a Bartolomé de las Casas, sostuvo el autor: “los cristianos… tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas y daban de cabeza con ellas en las peñas”. “Alabado sea Dios, que me condujo aquí” (5), dijo Juan Pablo II.

f) Impulsor del totalitarismo religioso: sabido es que la ideología católica se caracteriza por ser invasiva de las conciencias, intimidad y autonomía de las personas, sean creyentes o no. Bajo el disfraz de libertad religiosa se esconde una milimétrica política de “cristianizar” sociedades, utilizando parasitariamente a los estados.

Y si en el poder vaticano se encuentra un papa integrista, la nota totalitaria se acentúa más. Es lo que destacó el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais al analizar este aspecto del pontificado de Wojtyła cuyo pensamiento estuvo dirigido a anular la autonomía de las personas, la libertad de decidir, las singularidades y autodeterminación de la propia existencia. “El secreto más auténtico del totalitarismo no es el ateísmo, sino la voluntad de anular al individuo concreto, que es siempre y únicamente fragmento, en favor de la comunión despótica y la negación de las diferencias” (6). El nuevo santo fue un abanderado del totalitarismo en clave religiosa.

g) Enemigo de la libertad de expresión. Censura a teólogos: fueron cientos los teólogos y teólogas sancionados durante la gestión de Juan Pablo II. Todos por ejercer la libertad de investigación, pensamiento y expresión, derechos humanos inalienables aunque en la Iglesia Católica no se hayan percatado todavía. Ejemplo de ello fue Hans Küng a quien en 1979 le fue retirada la licencia para enseñar como teólogo católico.

El foco inquisidor de Juan Pablo II y su mejor discípulo censor (Ratzinger), fueron los teólogos especialistas en moral y los de la liberación. Con la Instrucción “Donum Veritatis”, sobre la vocación eclesial del teólogo, institucionalizó la violación a la libertad de investigación al sostener que “no se puede apelar a los derechos humanos para oponerse a las intervenciones del Magisterio” (7).

Se suma a semejante violación de derechos, el mantenimiento de la censura en el Código de Derecho Canónico, regulada en el Título IV, “De los instrumentos de comunicación social y especialmente de los libros”. Dichas normas son complementadas con el “Reglamento para el examen de doctrinas”, también conocido como “Ratio agendi”, que establece los dos procedimientos de censura que se aplican en la institución, todavía vigentes.

h) Negador de derechos humanos al interior de la iglesia: Código de Derecho Canónico y Catecismo

Lo dicho respecto a la violación legalizada de la libertad de expresión puede hacerse extensivo a otros derechos humanos que les son negados a los católicos. Entre ellos, la libertad de pensamiento y conciencia tipificados como “delito” de herejía (negación o duda pertinaz de una cuestión de fe); el cisma, negando el derecho a disentir con la autoridad; la negación del derecho de las sacerdotes a contraer matrimonio, lesionando su libertad de intimidad; el castigo a los apóstatas, personas que deciden irse de la Iglesia, o cambiar de religión, y que tienen regulada una “sanción” por el sólo hecho de retirarse, solución ridícula y absurda si las hay; negación a los laicos de ejercer derechos políticos para elegir a sus autoridades; negación a los laicos del derecho de gobernar la institución, justificada en la falacia que la Iglesia tiene una estructura “jerárquica”, querida por su agresivo dios; la elaboración de la “teología del cuerpo”, un auténtico compendio para mojigatos con pretensiones de ser impuesto a toda la sociedad mediante leyes laicas, anulando la autonomía de decisión de mujeres y varones sobre su propio cuerpo; las normativas sobre ética sexual. Y la lista puede engrosarse todavía más si se profundiza en el Código Canónico sancionado durante su pontificado.

Si el referido Código es un compendio de violaciones a derechos, algo similar puede decirse del Catecismo, también sancionado en el período de gobierno de Juan Pablo II. La legitimación de la pena de muerte (N° 2266), la exclusión de la mujer, las condenaciones “eternas” por actos inmorales nimios, y las ausencias del pluralismo y juicio críticos son puntos destacados.

3. Continuismo de Francisco: la turbiedad del modelo clerical

Ahora bien, ¿nada bueno hizo Juan Pablo II durante 27 años de monarquía? Sus apologistas destacan su gran carisma; sus dotes actorales frente a las cámaras (sobre todo en los viajes al exterior donde besaba el suelo de la nación que visitaba); el fomento de las Jornadas Mundiales de la Juventud; su cercanía a los enfermos, a los pobres, a los desvalidos; el asistencialismo; su firmeza para contribuir al derrocamiento del comunismo; su mediación para evitar la guerra entre Argentina y Chile; el pedido de perdón al iniciar el nuevo milenio. ¿Alcanza con estos supuestos méritos? Entendemos que no. Cada uno de ellos pueden ser rebatidos sin dificultad y ni siquiera atenúan mínimamente los terribles hechos que tuvieron al pontífice como autor material, brevemente comentados.

La descarada canonización del pontífice, plagada de manipulaciones, actos de prevaricación, y ocultamiento de la verdadera actuación del sujeto en cuestión, lleva la impronta clerical destacada por Deschner: “Son millones las víctimas que [el catolicismo] tiene sobre su conciencia, pero lo suyo es digerirlas sin que ello perturbe su digestión” (8).   

El turbio modelo institucional de Francisco, continuismo del de sus predecesores, no tiene otro efecto que confirmar el histórico antagonismo con el primer cristianismo. De ahí que le asista razón a la referida teóloga alemana cuando sostiene que el fundador del movimiento “está enterrado no sólo en Jerusalén, sino también bajo una montaña de cursilería, fábulas y fraseología eclesiásticas” (9).

La canonización de Juan Pablo II, así lo confirma.

Notas

(1)   Ranke-Heinemann, Uta, No y amén, invitación a la duda, Trotta, Madrid, 1998, p. 89

(2)  Ibídem

(3)  Castillo, José M., Cómo se hace un santo, en www.moceop.net/spip.php?article322

(4)  Puig Fernández, Roser, “A los veinte años de la “mulieris dignitatem”. Feminismo en la Iglesia Católica, en www.redescristianas.net/.../a-los-veinte-anos-de-la-mulieris-dignitatem-fe...

(5)  Deschner, Karlheinz, Opus Diaboli, Yalde, Zaragoza, 1987, p. 237.

(6)  Flores d’Arcais, El Desafío oscurantista, Anagrama, Barcelona, 1994, p. 33.


(8)  Deschner, Karlheinz, El Anticatecismo, Yalde, Zaragoza, 1990, p. 2.

(9)  Op. cit. p. 15.