Visitas de la
presidenta al Vaticano, intercambio de regalos, llamados por teléfono del
pontífice a la mandataria, preocupado por su salud, y el rumor que Francisco
desea que este gobierno “termine bien”, permite preguntarnos si existe el
riesgo de volver al mito de la “nación católica”.
Luego del período del
liberalismo político, encarnado en la figura del presidente Julio A. Roca,
donde se llevaron a cabo profundos cambios a favor de la secularización de la
sociedad y laicidad de las instituciones y leyes, iba a surgir un nuevo “modo
de ser” católico, cual es, el integrismo o católico “integral”, en palabras de
Esquivel.
Según el autor, el
integrismo naciente se caracterizó por enfatizar que el rol de la Iglesia en el
continente y en nuestro país era ser “rectora” de la sociedad, con facultades
para determinar normas de conducta social y “códigos de convivencia”.
Consecuencia de ello
comenzó la introyección de sus valores religiosos en la sociedad civil, el “ser
católicos en toda la vida”, surgiendo una clara impronta totalitaria. La
tendencia, que se prologaría durante todo el siglo XX puede resumirse en estas
palabras: “La Iglesia impondría a la población una unidad totalizante cultural
y religiosa, desde la cual daría sentido y pertenencia a todos los ámbitos de
la vida comunitaria” (1). A eso se le sumo la creciente participación en la
vida política a través del clero y laicado en diversos escenarios políticos y
gubernamentales.
El efecto inmediato del
integrismo religioso fue (y sigue siéndolo), la intromisión de la Iglesia en la
legislación y políticas públicas en materias que son de su interés y que
considera “mixtas”, es decir, cuestiones que interesan tanto a ella como al
Estado.
Este “modo de ser”
católico implicó el resurgimiento, a partir del golpe de estado de 1930, de
viejas ideas políticas que tuvieron su auge en los momentos fundantes de la
nación y que permanecieron en estado latente durante varios períodos políticos.
Hablamos de la antigua
idea/matriz que identificó identidad territorial con identidad religiosa, que
en épocas de la colonia se cristalizó en identificar el “ser nacional” con el
“ser católico”, y que a mediados del siglo XX se reformularía mediante la
expresión “nación católica”.
La “nación católica”
fue estudiada por el historiador Loris Zanatta quien la calificó como un mito.
Más allá de ello, dicha fórmula posibilitó a la Iglesia la obtención de más
beneficios y mejor posicionamiento político desde el primer golpe de estado
producido en 1930.
El resurgimiento de las
antiguas ideas, las nuevas fórmulas y los consiguientes privilegios
beneficiaron a la Iglesia Católica. Siguiendo el pensamiento de Zanatta, fueron
posibles gracias a un contexto político que tuvo las siguientes
características:
a. Nacional/catolicismo
como “corpus ideológico” que fundó no sólo el autoritarismo católico, sino que
se construyó “sobre la base de la superposición de “catolicidad” y
“nacionalidad”, de la identidad entre confesión religiosa y ciudadanía.
b. Crisis del
liberalismo que permitió a la Iglesia y al catolicismo la reorganización de las
tendencias antiliberales y antisocialistas.
c. Lucha del
catolicismo “por imponerse como fundamento constitutivo de la identidad
nacional”, acción que incluyó “elevar a misión institucional del Ejército la
construcción y defensa de la “nación católica”.
d. Protagonismo
político del catolicismo como consecuencia de la crisis del liberalismo.
e. La Iglesia Católica
como “factor de cohesión social”.
f. Revisión del
concepto de nación elaborado por el liberalismo; identificación entre nación y
catolicidad.
g. “Catolización de la
historia nacional”.
Este contexto político,
formado durante los años treinta, posibilitó que la Iglesia reafirmara “con
fuerza su centralidad en la historia y en la tradición del país, y pretendió
que el catolicismo encarnase la identidad espiritual indiscutida de la nación.
Sobre esta base, partió a las cruzadas contra el liberalismo, el socialismo, el
comunismo, ideologías importadas, enemigas del “ser nacional” (2).
Cumpliendo aquel papel,
no extrañó que con el transcurso del tiempo y relacionándose con diversos
gobiernos consiguiera no sólo creciente participación e influencia política,
sino los privilegios jurídicos que aún tienen vigencia en nuestro país.
Hablar del riesgo de
volver al referido mito implica necesariamente que los diversos actores
sociales estén atentos para que no recobren fuerzas los viejos indicadores que
vehiculizaron los privilegios hacia la Iglesia, es decir, el resurgimiento de
los binomios territorio/religión, el ser nacional equivalente a ser católico; clericalización
social y recristianización de la sociedad.
Notas
(1) Esquivel, Juan
Cruz, Iglesia Católica, política y sociedad: un estudio de las relaciones entre
la elite eclesiástica argentina, el Estado y la sociedad en perspectiva
histórica. En publicación: Informe final del concurso: Democracia, derechos
sociales y equidad; y Estado, política y conflictos sociales. Programa Regional
de Becas CLACSO, Buenos Aires, Argentina. 2000.
(2) Zanatta Loris, Perón y el mito de la nación católica,
Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999.