La
foto recorrió el mundo. La parafernalia religiosa que desató la visita del papa
Francisco a Bolivia tuvo un momento álgido cuando Evo Morales le obsequió al
monarca católico un “crucifijo comunista”, tallado sobre la hoz y el martillo.
La
cara desencajada del papa, indisimulable, dicen que fue seguida de un “eso no está bien”. A renglón seguido,
vino la clásica relectura del vocero del Vaticano. Pero Bergoglio, en su
infinita demagogia y fingimiento, tuvo que “tragarse el sapo”.
La
intención del primer mandatario boliviano fue recordar que dicha imagen fue
elaborada por un cura jesuita que, horas antes, había sido homenajeado por
Francisco: Luis Espinal, clérigo opositor a las dictaduras militares
bolivianas.
"El padre Espinal ha
estado con los pobres, ha sido torturado antes de ser asesinado. Ese padre ha
diseñado, ha tallado, ha hecho la cruz con la espada y la hoz. No es invento de
Evo Morales, solo estamos recuperando ese mensaje del padre Luis Espinal", sostuvo el presidente.
La
anécdota, permite recordar no sólo cómo la Iglesia Católica ha manipulado las
imágenes religiosas, en contra del mandato bíblico, sino también rememorar el
reciente pasado “iconoclasta” de Bergoglio contra el artista León Ferrari.
Del “No te harás imágenes”, a la religión idolátrica
Dice
Pepe Rodríguez, “… el catolicismo es una
religión idólatra, por eso la Iglesia – que creció adoptando mitos y ritos
paganos y se extendió entre gentes habituadas a la idolatría – para poder
conquistar la devoción de las masas incultas, tuvo que borrar de su doctrina la
prohibición divina de adorar imágenes” (1).
Basta
con comparar el Decálogo original que figura en el Antiguo Testamento (Dt
5,7-21) con la versión del catolicismo romano para corroborar lo dicho. El segundo
mandamiento lo eliminaron de un plumazo.
La
explicación oficial proviene del Concilio de Nicea (787), volcado al Catecismo,
donde se justificó el culto a las imágenes en una nueva “economía” de ellas.
Pura manipulación de los representantes de lo sagrado que, dentro de la lógica
religiosa, del hecho cultural de la religión, podría ser entendible. No
obstante, y aunque lo nieguen, el comportamiento institucional y de no pocos
creyentes es idolátrico.
El
autor citado recuerda que la iglesia “para
ocultar la eliminación del segundo mandamiento ha recurrido a la astucia de
unir el primero y el segundo en uno solo, pero usando después sólo el texto del
primero, con lo que hizo desaparecer la prohibición de dar culto a las
imágenes” (2)
Es
que como sostiene el teólogo José María Castillo, la religión no se reduce a la
relación entre el hombre y una deidad, sino que implica también una “relación
mediada” con los representantes de lo sagrado, entre cuyos efectos se
encuentran la sumisión y el sometimiento a las disposiciones de la autoridad,
en nuestro caso, a las imágenes.
Aunque
en el caso del catolicismo romano la existencia de “autoridades” tiene que ver más
con la sed de poder de la casta clerical, que de un mandato del no católico y
no clérigo Jesús de Galilea.
La venganza de León Ferrari
Corría
el año 2004 cuando el artista León Ferrari inauguró una muestra en el Centro
Cultural Recoleta (CCR). Se denominó “Retrospectiva:
Obras 1954-2004” e incluía diversas obras, heliografías, collages, hasta
las series del año 2000, tituladas “Ideas para infiernos”, que contienen figuras
de santos, vírgenes y Cristos dentro de licuadoras, tostadoras, sartenes y
ollas. Cabe aclarar que la muestra se hizo en una institución pública donde se
advertía a los concurrentes que la “sensibilidad religiosa” podía verse
afectada.
¿Qué
autoridad eclesiástica encabezó la campaña del fundamentalismo religioso contra
la muestra? Jorge Mario Bergoglio fue quien la lideró, calificándola de
blasfema, celebrando misas de desagravio, y ejerciendo un fuerte lobby ante las
autoridades públicas, quienes no cedieron al contar con el apoyo de la
ciudadanía y la comunidad artística. Su autoritarismo lo llevó a escribir una
“carta pastoral”.
La
censura inquisitorial de Bergoglio fracasó. Once años después, tuvo que
someterse a una imagen “heterodoxa” - el “crucifijo comunista” -, ideado por un
sacerdote de su propio cuño. Su propia demagogia e hipocresía le jugaron una
mala pasada. No hay declaraciones de blasfemia.
Ganó
Ferrari.
Iglesia sedicente
La
operación de marketing iniciada por el Vaticano tendiente a dar un giro de 360°
en la imagen del papa católico tiene estos riesgos. Desesperados por cambiar su
rol incrementaron el culto al líder (otra forma de idolatría), potenciado por
el populismo, chabacanería y demagogia del propio Bergoglio.
Pero
el riesgo no se reduce a eso. Hay más. La idolatría que está en el ADN católico
romano, se refuerza con el sincretismo religioso que goza de muy buena salud, a
pesar del mandato bíblico. No sería de extrañar que el “crucifijo comunista”
fuera bendecido, como muestra que en la religión católica nada es original y
todo fue “adaptado” a su cultura.
A
su vez, el peligro de aceptar el crucifijo se observó en el propio Francisco.
Como bien lo señala Fernando Lozada, para entender la cara de Bergoglio frente
el presente de Evo Morales hay que leer la encíclica Divini redemptoris, del papa Pío XI, sobre el comunismo ateo.
Pero
eso a los católicos no les interesa. Lo que importa es idolatrar el líder. Como
decía Deschner “lo que para los creyentes
está en juego no son los problemas históricos, filosóficos o éticos, ni tampoco
la verdad o, para ser más honestos, la verosimilitud” (3).
El
primer papa latinoamericano fue quien confirmó, aceptando el “crucifijo
comunista”, la sedicente vida del creyente que, en nuestras épocas, se nota más
que nunca.
Notas
(1)
Rodríguez Pepe, Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica, 2011, Barcelona,
Ediciones B, p. 431.
(2)
Op. cit.
(3)
Deschner, El Anticatecismo, 1996, Zaragoza, Yalde, p. 45