REFLEXIONES SOBRE LAS MUJERES EN LAS RELIGIONES Y LA
TEOLOGÍA FEMINISTA
Conferencia pronunciada en la inauguración de la
Escuela de Teología Feminista, de la Asociación Católicas por el Derecho a
Decidir de El Salvador
(San Salvador, 28 de junio de 2013)
Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de teología y Ciencias de las
Religiones. Universidad Carlos III de Madrid
Deseo expresar mi agradecimiento a
la Asociación Católicas por el Derecho a Decidir en El Salvador por haberme
invitado a pronunciar esta conferencia en la inauguración de la Escuela de
Teología Feminista que se desarrollará de julio a diciembre de 2013 con un
programa estructurado en torno a tres núcleos fundamentales: Historia de la
Teología Feminista; Derechos Humanos de las mujeres, un compromiso ético y
teológico; sexualidad y Corporalidad.
La invitación constituye para mí un
honor y un desafío. Uno honor, ya que supone tener el privilegio de asistir a
la colocación de la primera piedra de una de las experiencias teológicas más
prometedoras: el nacimiento de la primera Escuela de Teología Feminista en El
Salvador, que enriquecerá, sin duda, la teología latinoamericana de la
liberación con nuevas aportaciones desde la perspectiva de género. Un desafío,
porque esta conferencia, de carácter introductorio, analiza críticamente la
actitud de las religiones hacia las mujeres y pone las bases para una teología
feminista de la liberación elaborada a partir de las categorías de la teoría
feminista: género, patriarcado, autonomía, subjetividad, pacto entre mujeres,
violencia de género, pacto entre mujeres,
etc.
Cinco son las ideas que voy a
desarrollar sistemáticamente en esta conferencia:
1. Las religiones nunca se han llevado bien
con las mujeres –tampoco hoy-, que
son las eternas olvidadas y las grandes
perdedoras.
2. Las
religiones han ejercido todo tipo de violencia
contra las mujeres: física, psicológica, religiosa y simbólica.
3. Sin embargo, las mujeres son las más fieles seguidoras
de los preceptos religiosos, las mejores educadoras en las diferentes fes y las
que, por paradójico que parezca, mejor reproducen la estructura patriarcal de
las religiones.
4. Pero cada vez
es mayor el número de mujeres que se
rebelan contra las religiones, sin abandonar el espacio religioso, se
organizan autónomamente, se apartan de las orientaciones morales que les impone
el patriarcado religioso y viven la experiencia religiosa desde su propia
subjetividad, sin tener que pasar por la mediación de los varones.
5. De esta rebelión ha surgido en todas las religiones
una nueva forma de pensar y de reformular las creencias y las prácticas
religiosas: la teología feminista.
1. Las mujeres son las grandes olvidadas y
perdedoras de las religiones
a) Las mujeres en las religiones no son reconocidas como sujetos morales:
se las considera menores de edad que necesitan guías espirituales varones que
les conduzcan por la senda de la moralidad, les digan lo que es bueno y lo que
es malo, lo que pueden y no pueden hacer, sobre todo en materia de sexualidad,
de relaciones de pareja y en la educación de sus hijos. Las normas morales a
cumplir por las mujeres –alejadas, cuando no contrarias, la mayoría de las
veces, a las orientaciones igualitarias de los fundadores y fundadoras- son
dictadas por los varones, que se las imponen como de obligado cumplimiento.
En el imaginario patriarcal
religioso, influido por los clérigos, imames, rabinos, lamas, gurús, pastores y
maestros espirituales, las mujeres son consideradas tentadoras, ligeras de
conducta, amorales, etc. Esa imagen se ha elaborado a partir de determinados
textos de algunos libros sagrados escritos en lenguaje patriarcal, considerados
válidos en todo tiempo y lugar, y leídos
con ojos fundamentalistas y mentalidad misógina.
b) Las mujeres casi nunca son reconocidas
como sujetos religiosos. En no pocas religiones la divinidad suele ser
masculina y tiende a ser representada sólo por varones. De lo que Mary Daly
concluye, creo que certeramente: “Si Dios es varón, el varón es Dios”. Así, los
varones se sienten legitimados divinamente para imponer su omnímoda voluntad a
las mujeres y el patriarcado religioso –Dios, en definitiva- legitima el
patriarcado en la sociedad. Precisamente porque sólo los varones pueden
representar a Dios, sólo los varones pueden acceder al ámbito de lo sagrado, al
mundo divino, entrar en el sancta sanctorum; subir al altar,
ofrecer el sacrificio, dirigir la oración comunitaria en la mezquita, presidir
el servicio religioso en las sinagogas (con algunas excepciones).
Sólo los varones pueden ser
sacerdotes en la Iglesia Católica, imames en el islam y rabinos en el judaísmo
ortodoxo, sin que haya texto sagrado alguno que excluya a las mujeres. En la
Iglesia católica la ordenación sacerdotal de mujeres es considerada delito
grave al mismo nivel que la pederastia, la herejía, la apostasía y se castiga
de manera más severa que la pederastia: con la excomunión. La oración
comunitaria de los viernes presidida por mujeres es calificada de profanación
de lo sagrado. En la Iglesia católicas, las mujeres pueden consagrar su vida a
Dios, pero, en razón de su sexo, no pueden representar a Dios. En las mezquitas
las mujeres suelen estar separadas de los hombres -¿para no contaminar?-, son
colocadas en la parte superior tras una celosía, e incluso a veces tienen que
entrar por una puerta distinta de la de los hombres.
c) Las mujeres difícilmente son reconocidas como
sujetos teológicos. Las instituciones religiosas suelen poner a las mujeres
todo tipo de trabas para el estudio y la docencia de la teología, para la
interpretación de los textos sagrados, para la reflexión sobre la fe, etc. Y cuando deciden u osan pensar la fe y hacer
teología desde sus experiencias de sufrimiento y de lucha, e interpretar los
textos de sus respectivas religiones desde la propia subjetividad, desde sus
experiencias vitales, suelen ser acusadas de entrar en un terreno que no les
corresponde y de caer en el subjetivismo. ¡Como si los varones no lo fueran en
sus lecturas e interpretaciones! En la mayoría de las religiones la teología
está escrita con caracteres masculinos.
d) La organización de las religiones
se configura la mayoría de las veces patriarcalmente:
todos los sacerdotes católicos y todos los imames son varones; el Dalai Lama es
varón; la mayoría de los rabinos y de los lamas son hombres. Por ello, las
religiones bien pueden definirse como perfectas
patriarquías. Hay, con todo, honrosas excepciones en las
iglesias de tradición protestante, que ordenan pastoras, sacerdotisas y obispas
a las mujeres. Práctica que debería generalizarse para terminar con la
discriminación de género en el acceso a los ministerios ordenados
e) Las mujeres acceden con dificultad a puestos de responsabilidad en las comunidades
religiosas. El poder suele ser detentado por varones. A las mujeres les
corresponde acatar las órdenes. Lo que tiende a justificarse por el discurso
androcéntrico de las religiones apelando a la voluntad divina: es Dios quien
encomienda el poder y la autoridad a los varones. En el caso del cristianismo,
se apela a Jesús para cerrar el paso a la ordenación sacerdotal de las mujeres.
Lo acaba de afirmar el papa en el libro-entrevista con el periodista Peter
Seewald: No es que no queramos ordenar a las mujeres sacerdotes, no es que no
nos guste. Es que no podemos, porque así lo estableció Cristo, que dio a la
Iglesia una figura con los Doce y, después, en sucesión con ellos, con los
obispos y los presbíteros (los sacerdotes). En otras palabras, que sólo ordenó
sacerdotes a hombres. ¡Machismo duro y puro y lectura androcéntrica de la
Biblia para legitimar la organización patriarcal de la Iglesia!
Yo me pregunto: ¿las iglesias
cristianas, cada vez más numerosas, que ordenan a mujeres y les reconocen
funciones sacerdotales y episcopales, están transgrediendo el mandato de Cristo
o aplican en sus comunidades el principio evangélico y democrático de igualdad
entre hombres y mujeres?
Con la Biblia cristiana en la mano y
desde una hermenéutica de género hay que decir: a) que lo que pone en marcha
Jesús de Nazaret no es una Iglesia jerarquico-patriarcal como la actual, sino
un movimiento igualitario de hombres mujeres; b) que Jesús de Nazaret no ordenó
sacerdotes ni a hombres ni a mujeres. Todo lo contrario: excluyó directa y
expresamente de la nueva religión el sacerdocio y eliminó el templo como lugar
de culto proponiendo como alternativa la
adoración “en espíritu y en verdad”. El cristianismo, como dijera lúcidamente
Díez-Alegría, es una religión ético profética, no ontológico-cultural. Con la
historia de la Iglesia en la mano y las investigaciones arqueológicas puede
afirmarse que durante varios siglos las mujeres ejercieron funciones
sacerdotales y episcopales. ¿No es la historia, para la Iglesia, “maestra de la
vida”?
f) Las religiones legitiman de
múltiples formas la exclusión de las mujeres de la esfera pública, de la vida
política, de la actividad intelectual, del campo científico, y limitan sus
funciones al ámbito doméstico, a la esfera de lo privado, a la educación de los
hijos e hijas, a la atención al marido, al cuidado de los enfermos, perdonas
mayores, etc. Cualquier tipo de
presencia de las mujeres en la actividad política o social es considerado ajeno
a la “identidad femenina” (¿?) y un abandono de su verdadero campo de operaciones,
que es el hogar., con la consiguiente culpabilización. A lo sumo defienden que
la mujer pueda realizarse en el hogar y en el trabajo, lo que no se aplica a
los hombres.
h) La mayoría de las religiones
niegan a las mujeres el reconocimiento y el ejercicio de los derechos
reproductivos y sexuales:
- Las mujeres no son dueñas de su
propio cuerpo, que es controlado por los confesores, directores espirituales,
esposos, etc.
- A las mujeres no se les permite
planificar la familia: deben tener los hijos y las hijas que Dios quiera, los
que Dios les mande, no los que ellas libremente decidan.- No pueden ejercer la sexualidad fuera de los límites impuestos por la religión (matrimonio, heterosexualidad). La práctica de la sexualidad fuera del matrimonio o con personas de otro sexo es prohibida y condenada expresamente.
- Son consideradas impuras por la menstruación.
- Si deciden interrumpir el
embarazo, incluso ateniéndose a la ley, son acusadas de pecadoras y criminales
y se pide para ellas incluso penas de cárcel. En la condena y criminalización
del aborto coinciden los líderes
religiosos, por ejemplo, del catolicismo y del islam.
- Las mujeres no pueden utilizar
métodos anticonceptivos, porque eso implica poner obstáculos a la vida.
2. Las religiones han ejercido históricamente -y siguen ejerciendo hoy-
distintos tipos de violencia contra las mujeres: física, simbólica y religiosa.
Los textos sagrados dejan constancia
de ello. Justifican pegar a las mujeres, lapidarla, ofrecerlas en sacrificio
para cumplir una promesa y para aplacar la ira de los dioses, dejarlas
encerrada en casa hasta que se muera, imponerles silencio, no reconocerles autoridad, no valorar su testimonio en
igualdad de condiciones que a los varones, etc. Las prácticas religiosas vienen a ratificarlo.
A las mujeres no se les reconoce la presunción de inocencia, sino que se las
presume culpables mientras no se demuestre lo contrario. Son ellas las que caen
en la tentación y tientan a los varones, y por eso merecen castigo.
Algunos Padres de la Iglesia las
consideran “la puerta de Satanás” y la “causa de todos los males”. Un teólogo
tan influyente en el cristianismo como Agustín de Hipona llega a afirmar que la
inferioridad de la mujer pertenece al orden natural. Otro teólogo tan decisivo
en la teología cristiana como Tomás de Aquino define a la mujer como “varón
imperfecto”. Lutero habla de las mujeres como inferiores de mente y cuerpo por haber
caído en la tentación y afirma que las mujeres han sido creadas sin otro
propósito que el de servir a los hombres y ser sus ayudantes.
La violencia de los hombres de
Iglesia contra las mujeres, incluidos los santos como Agustín de Hipona, es
descrita con toda su crudeza y realismo en una escena de la novela de Jostein
Gaarder Vita brevis, que recoge la
carta dirigida por Floria Emilia a Aurelio Agustín, con quien había vivido en
concubinato doce años:
“Una tarde, cuando
habíamos compartido de nuevo los regalos de Venus, te volviste de pronto airado
hacia mí y me golpeaste. ¿Recuerdas que me golpeaste? ¡Tú, precisamente tú que
antaño fuiste un respetable profesor de Retórica, me pegaste brutalmente porque
te habías dejado tentar por mi ternura! Sobre mí recayó la culpa de tu deseo...
Obispo, pegaste y gritaste porque me había convertido de nuevo en una amenaza
para la salvación de tu alma. Cogiste una vara y me golpeaste de nuevo. Pensé
que querías acabar con mi vida porque eso hubiera sido para mí lo mismo que
castrarte. Pero yo no temía por mi vida, sólo estaba destrozada, tan
decepcionada y avergonzada de ti que recuerdo claramente que deseé que me
mataras de una vez”[1].
Tras relatar la agresión con pelos y señales,
Floria comenta que no fue a ella a quien golpeó Agustín, sino a Eva, a la
mujer, y le recuerda, citando a Publio Sirio, que quien se comporta
injustamente con una persona, amenaza a muchas personas. Al final de la carta
le confiesa al obispo de Hipona con justificado dramatismo: “Siento escalofríos
porque temo que lleguen tiempos en los que las mujeres sean asesinadas por
hombres de la Iglesia de Roma"[2].
Y sigue planteado una pregunta escalofriante: “Pero, ¿por qué se las habría de
matar, honorable obispo? Porque os recuerdan que habéis renegado de vuestra
propia alma y atributos, pensáis. ¿Y en favor de quién? En favor de un Dios,
decís, en favor de Él que ha creado el firmamento que os cubre y la tierra
sobre la que viven las mujeres que os dan a luz”[3].
La antigua compañera de Agustín dice a los
hombres de Iglesia que, si Dios existe, los juzgará por los placeres a los que
han dado la espalda y por negar el amor entre hombre y mujer. Floria Aurelia termina
la carta comunicando al obispo que si fue él quien se ocupó de hacerle llegar
sus Confesiones para que se
bautizara, no le va a dar esa satisfacción.
3. Sin embargo, las mujeres son las más fieles seguidoras de las religiones
Hay quienes hablan de que la
orientación femenina hacia la religión es innata, más aún, genética, que las
mujeres son por naturaleza más crédulas y, por eso, son más asiduas a las
actividades religiosas. Ninguna investigación genética lo demuestra. Se trata
de un estereotipo cuyo objetivo es someter a la mujer a las restrictivas y
represivas orientaciones religiosas. Quienes así piensan, se olvidan de que
tradicionalmente ha sido a las mujeres a quienes más se ha inculcado el
sentimiento religioso. Se trata, por tanto, de un proceso inducido, que
responde a una determinada educación y aprendizaje.
Las mujeres son las mejores
transmisoras de las enseñanzas religiosas a sus hijos en la familia y a los
niños y niñas en los espacios religiosos a través de la educación religiosa.
Ellas son también las que mejor reproducen la organización patriarcal y la
ideología androcéntrica y las que más practican las religiones.
4. Rebelión de las mujeres
En las últimas décadas asistimos a una
auténtica rebelión de las mujeres en el
ámbito de las religiones, tanto a nivel personal como colectivo, tanto en
el interior de las religiones como en la sociedad.
a) A nivel personal, transgrediendo
conscientemente las normas y orientaciones en materia de sexualidad, relaciones
de pareja, planificación familiar, opciones políticas, etc.
b) En el interior de las religiones,
creando movimientos y asociaciones de mujeres que ejercen su libertad de
organización y funcionan autónomamente al margen de los varones e incluso
enfrentadas con las autoridades religiosas.
c) En la sociedad, participando
activamente en los movimientos feministas y en las organizaciones sociales como
expresión de la convergencia en las luchas por la emancipación de las mujeres y
como forma de comprometerse con los sectores más vulnerables de la sociedad.
d) La rebelión de las mujeres dentro
de las religiones constituye uno de los hechos mayores y de más profunda
significación en la historia del fenómeno religioso, que tiene importantes
repercusiones políticas y sociales. Supone un avance en la lucha por la emancipación
de las mujeres y por la liberación de los marginados y excluidos. Por eso la
rebelión feminista de las mujeres creyentes debe contar con el apoyo de los
colectivos y las personas religiosas, pero también con el de todos los
ciudadanos y ciudadanas comprometidos en la lucha por la emancipación de los
pueblos sometidos a las distintas formas de opresión.
La indignación de las mujeres
creyentes constituye la respuesta a la situación de indignidad en que son
situadas en el seno de la mayoría de los sistemas de creencias, de las
religiones y de los movimientos espirituales.
5. Teología feministaFruto de esta rebelión ha surgido una nueva manera de vivir y de pensar la fe religiosa desde la propia subjetividad de las mujeres en las diferentes religiones, sobre todo cultivada por mujeres: la teología feminista, que:
a) Parte de las experiencias de
sufrimiento, de lucha y de resistencia de las mujeres contra el patriarcado y
sus diferentes manifestaciones.
b) Recupera la memoria de las
antepasadas que trabajaron por avanzar la historia hacia la libertad de los
oprimidos y por la emancipación de las mujeres contra todo tipo de
discriminación. c) Reescribe la historia de las religiones desde la perspectiva de género dando voz y protagonismo a las mujeres silenciadas por el patriarcado religioso.
d) Utiliza las categorías de la teoría de género para analizar críticamente las estructuras patriarcales y los discursos androcéntricos de las religiones y proponer una teología alternativa que contribuya a la emancipación de las mujeres en todos los ámbitos de su existencia.
La teología feminista no es una
teología regional que se ocupe temáticamente de cuestiones relativas a las
mujeres, ni que interese solo a las mujeres y sea elaborada por mujeres. Se
trata de una teología:
a)
fundamental, que intenta
dar razón de la fe en Dios no sometida al modelo divino patriarcal y en el
seguimiento de Jesús conforme al movimiento igualitario de hombres y de mujeres
que decidieron seguirle; b) de la liberación, que quiere contribuir a la salvación de todos los oprimidos y a la transformación de las estructuras religiosas del dominio masculino;
c) crítica, que recurre a los métodos histórico-críticos y a la teoría feminista y utiliza una hermenéutica de la sospecha para leer los textos fundantes de las religiones en perspectiva de género. La hermenéutica de la sospecha que se extiende también a las traducciones e interpretaciones, en su mayoría hechas desde presupuestos andro-antropo-céntricos;
d) que reconoce a las mujeres como sujetos religiosos, morales y teológicos, como interlocutoras directas de Dios sin la mediación de los varones y portadoras de gracia y salvación. Las teologías feministas están desarrollándose en la mayoría de las religiones.
A la
revolución feminista, la primera de carácter pacifista de la historia, el
patriarcado responde con la violencia de género. A la teología inclusiva de
género, muchas religiones responden con la exclusión de las mujeres.
Conclusión
. En el siglo XIX las religiones
perdieron a la clase obrera porque se colocaron del lado de los patronos que
los explotaban y condenaron las revoluciones sociales que luchaban por una
sociedad más justa y solidaria. Los trabajadores dieron la espalda a las
religiones porque se sintieron traicionados por ellas, alejándose, la mayoría
de las veces, del mensaje igualitario y solidario de los orígenes.
. En el siglo XX las religiones
perdieron a los jóvenes y a los intelectuales por sus posiciones filosóficas y
culturales integristas, alejadas de los nuevos climas de la modernidad.
. Si continúan por la senda
patriarcal por la que ahora caminan, en el siglo XXI las religiones perderán a
las mujeres, hasta ahora sus mejores y más fieles seguidoras.
Sin la clase trabajadora, sin los
jóvenes, sin los intelectuales y sin las mujeres, las religiones habrán llegado
a su fin. Y no podrán echar la culpa de su fracaso a nadie. Ellas mismas se
habrán hecho el harakiri.
(Para una
profundización de estas ideas, cf. Juan José Tamayo. Otra teología es posible. Pluralismo religioso, interculturalidad y
feminismo, Herder, Barcelona, 2012, 2ª ed., especialmente el capítulo
“Revolución feminista en la teología, pp. 213-265).